domingo, 25 de junio de 2006

Angkor Wat: un viaje en el tiempo

Si de algo dispone la naturaleza es de tiempo. Durante décadas millones de personas se esforzaron en hacer retroceder a la jungla y en su lugar levantaron uno de los complejos religiosos más grandes del mundo, decenas de templos exquisitamente labrados rodeados de rectangulares lagos artificiales que alimentaban un descomunal sistema de regadío. Pero todo ello quedó en desuso y la jungla reclamó el terreno que le pertenecía con un paso lento pero inexorable, estrangulando los templos, desgastando los relieves y secando los lagos. Bienvenidos a Angkor.

Normalmente al entrar en un lugar tan cargado de historia como el Foro romano, Troya o la Acrópolis se siente cierta frustración al intentar imaginar como sería en el pasado y pensar que Julio César, Aquiles (un poco de ficción no hace daño a nadie) o Platón anduvieron por allí. Yo suelo intentar pensar que el paisaje alrededor no ha podido cambiar mucho y que los montes y ríos que veo son los mismos que verían ellos, pero resulta difícil abstraerse de los demás turistas correteando con sus llamativas camisetas, los guías en veinte idiomas, los vendedores de souvenirs gritando sus ofertas y el guardia ocasional diciéndote que por ahí no puedes pasar, y pensar en todas las cosas que estudiaste en historia y que sucedieron allí mismo, exactamente en el lugar donde te encuentras en ese momento.

Pues más o menos lo mismo ocurre aquí. De todas formas el templo en sí es tan bonito que no decepciona en absoluto. La sensación de cruzar la puerta de Angkor Wat y ver el templo-mausoleo desde lejos es sobrecogedora por muchos turistas que haya, y si no gritan mucho por un momento te sientes solo. Desde ahí son mas de 200 metros de paso elevado sobre un foso, al final del cual se alzan majestuosamente cinco torres cónicas que simbolizan el monte Meru, el centro del universo hindú. De hecho, todo el complejo es simbólico, ya que las murallas exteriores son los extremos del mundo, rodeados por un foso inundado que representa los océanos. La caminata desde la entrada a través del foso, los muros exteriores, el patio y el ascender los tres niveles del templo suponía un viaje místico, y para culminarlo habia que subir por una empinadísima escalinata, que hacía de tránsito entre el mundo terrenal y la morada de los dioses. Por supuesto que este lujo estaba reservado al rey y sus sacerdotes pero hoy, seis siglos despues de que el imperio jemer cayera en desgracia, todos los mortales tenemos derecho a disfrutar de esta maravilla. Resulta ciertamente cómico pensar que el lugar más sagrado del imperio que dominó el sudeste asiático durante varios siglos sea hoy pasto del turismo mas frívolo; el del guía con paraguas multicolor que repite datos apresuradamente, seguido por ruidosos japoneses que se hacen fotos sobando las tetas a las esculturas, y parecen moverse en el mismo orden en el que iban sentados en el autobús.

Sobra decir que, por suerte, esto es sólo parte del turismo, y que además de los extranjeros que venimos a admirar esta obra maestra, miles de camboyanos tambien visitan lo que para ellos es un icono nacional, que hasta forma parte de su bandera.

Estando en la cima del templo, la cima del mundo, y mirando hacia la selva circundante, uno se pregunta cómo viviría la gente, el pueblo con cuyo sudor se construyo todo esto. El clima tropical se ha asegurado de que nada nos quede de ellos, pero, por desgracia, no es tan difícil imaginárselo.
Por medio de Mireia, la catalana de quien nos hicimos amigos en Phuket, conocimos a Deborah, una australiana que, conmovida por la situación en la que viven los camboyanos, hace un año y medio decidió ayudar a un pueblo a mejorar su nivel de vida para lo que creó:

Helping Hands

Son varios los proyectos que ha llevado a cabo, como la comprar semillas y material de construcción o la colocación de bombas de regadío, para lo cual siempre exige algún esfuerzo por parte de los beneficiarios, como mejorar la choza en la que viven, cultivar cierta tierra etc... Les ayuda a cambio de que se ayuden a sí mismos. Su último proyecto es un puente para comunicar este pueblo con el exterior, ya que en la estación húmeda el río crece y el pueblo se queda aislado.

La acompañamos en un viaje en el que iba a organizar la visita al médico de un hombre al que le había explotado una mina cerca y, si no se actuaba rápido, se quedaría ciego. Nos dimos cuenta de la dificultad que esto entrañaba mientras llegabamos al pueblo, ya que la maltrecha pista de tierra por la que íbamos se transformó en un estrecho sendero de poco más de medio metro de ancho, elevado sobre los arrozales por el que sólo se puede andar a pie, en bici o en moto, suponiendo que el monzón no lo haya reducido a un lodazal intransitable. Pero pronto estará mejor ya que los habitantes del pueblo, al ver que el proyecto del puente sale adelante, se han puesto de motu proprio a ensancharlo, algo que llena de orgullo a Deborah.

Más adelante nos encontramos con un agricultor que, gracias a la bomba de agua montada por ella, ahora podía sacar provecho a su tierra. A un lado de la huerta tenía una estructura que no puedo llamar ni choza, ya que no eran más que dos paredes de mimbre con un techo de paja a metro y medio de altura, donde había un camastro elevado sobre el suelo de tierra. Pensamos que sería un lugar para descansar durante las horas de más sol, pero estábamos equivocados: vivía allí junto a sus tres hijos. Una vez que llegamos al pueblo, vimos que los más ricos eran los que destilaban el licor de arroz que tanto daño hace al pueblo, pero ricos es mucho decir, su casa tenía tejado de aluminio y los postes que lo sujetaban eran de hormigón, pero lo demás también era paja y madera, y apenas sí tenían para subsistir. El resto del pueblo consistía en chozas poco arregladas, donde vivían familias enteras con poco más que la ropa que llevaban puesta. Poca razón ven para educar a sus hijos pero, debido a la insistencia de Deborah, ahora los niños van a la escuela y, gracias al puente, lo podrán seguir haciendo cuando lleguen las lluvias. No dudéis en contactar con Deborah si vais a pasar por Camboya o quereis colaborar en sus proyectos: www.grovesphotography.com


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