sábado, 1 de julio de 2006

Battambang: un merecido respiro

Suerte que encontramos Battambang. Nuestra primera impresión de Camboya no fue muy buena, seguramente por el shock de ver un país tan pobre y tan falto de casi todo, pero tambien porque la gente nos veía como dólares andantes y es duro terminar todas las conversaciones excusándote por no darles dinero. Nos sentíamos tan incómodos que apenas sacábamos fotos a gente, por miedo a que nos pidiesen algo a cambio, y nuestras negativas a comprar libros, postales, flautas o lo que fuera que nos ofrecieran eran recibidas con desprecio. Quiero creer que se debe a un turismo todavia inmaduro, ya que no hace tanto tiempo que los extranjeros llegamos en hordas a esta zona, y el contraste es tan brutal que no ha habido tiempo a que se asiente una cultura en la que todos sepamos como tratarnos. Tiempo al tiempo.
Pero entonces llegamos a Battambang, donde hasta hace menos de diez años la gente iba armada por la calle y las escaramuzas entre jemeres rojos renegados y el ejército eran muy serias. Fue todo un alivio ser recibidos con sonrisas desinteresadas; obviamente esta ciudad no vive del turismo y, aunque también es muy pobre, no se ceban con los extranjeros. Tanto es así que, cuando fuimos a la estación a preguntar cuándo salía el proximo tren, no nos molestó en absoluto que nos dijeran que no había tren hasta cinco días más tarde. Y es que la razón principal de venir a este pueblo era poder conectar con la única vía férrea operativa del país, la que lo une con la capital. Decidimos tomarnos un respiro y descansar unos días, dar paseos tranquilos, ver alguna película en la tele de la pensión y ponernos al día con los emails, mientras esperábamos al único tren semanal para llegar a Phnom Penh. Poco más se podía hacer aquí.

Los moto-taxistas de la zona, que funcionan como promotores turísticos locales, todas las mañanas nos intentaban disuadir de hacer un tour y como reclamo nos ofrecían la visita a una cueva que los jemeres rojos usaron como fosa común. Da un poco de miedo ver con qué aparente frivolidad se utiliza el morbo para embaucar turistas y cómo las atrocidades de la historia se convierten en atracciones. La cuestión es que en el tour también estaba incluída la visita a un templo en la cima de una colina y nos daba la oportunidad de ver el campo y los paisajes camboyanos, así que accedimos. Lo que no sabíamos es que el monzón nos acechaba y tuvimos una visita pasada por agua. ¡Qué se le va ha hacer!

Al día siguiente, mientras dábamos un paseo y cuando más lejos estábamos de la pensión, el bromista de Monzo volvió a aparecer, pero esta vez parecía enfadado y descargó una tormenta monumental. Nos guarecimos en un café hasta que amainó, y a la vuelta por poco tuvimos que coger un barco, las calles se habían convertido en ríos y muchos bajos se habian inundado parcialmente. Pero a nadie pareció molestarle realmente, así que tampoco a nosotros. Ya estamos esperando a que el monzón nos vuelva a visitar, seguro que será pronto.


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