viernes, 7 de julio de 2006

Retrato de Camboya

Camboya es un país que hace poco que ha despertado de una pesadilla. Después de una independencia de ensueño, con poco derramamiento de sangre si se compara con la de alguno de sus vecinos, no pudo mantenerse al margen de los juegos de mesa de la "guerra fría" y los tiros en Vietnam le hirieron en el costado. La herida se fue gangrenando, y uno de los privilegiados camboyanos que estudiaron en Francia pensó que la única forma de salvar el país era amputando. Es aquí donde todos empezamos a oír hablar de Camboya, gracias a Pol Pot y sus jemeres rojos. Los vietnamitas se encargaron de devolverlos a la selva, pero lo que no se nos cuenta es que, hasta el final de la guerra fría, fueron los americanos, entre otros, los que los hicieron fuertes allí, por mucho que públicamente condenasen la barbarie de la que eran culpables. Pero, una vez que el interés pivotó hacia Asia Central, a los camboyanos les devolvieron su país, pero en un estado parecido a las ruinas de Angkor.

Resulta difícil hacer un análisis de la situación del país desde la perspectiva de un turista que ha pasado dos semanas visitando tres ciudades, y que apenas se ha podido comunicar con nadie que no hablase inglés. Es como mirar una habitación con poca luz desde una ventana empañada e intentar describirla, como mucho podrías decir si es un salón o una cocina, de qué color son las paredes y si hay alguien dentro, suponiendo que se mueva. En Camboya lo primero que salta a la vista es que es un país muy pobre: las carreteras apenas están asfaltadas, no hay casi aceras y un rojizo polvo lo inunda todo, los pocos edificios en condiciones son aquellos que llevan letrero inglés que los delata como financiados con dinero extranjero, y muchísima gente lleva la ropa hecha jirones. También llama la atención el número de tullidos, herencia de las minas antipersona de fabricación americana, rusa, china y probablemente española también, y la cantidad de niños que deambulan por las calles haciendo de recaderos, mendigando, recogiendo basura o inhalando con cara adormilada de una bolsa de plástico.

Mucho se ha escrito sobre cómo ha influído en el carácter de los camboyanos el hambre, el desarraigo social y las muertes prematuras sufridas durante varios años. Es un hecho que la tasa de shock postraumático de este país es la más alta del mundo y que es difícil encontrar una familia que no haya perdido algún miembro durante los oscuros años de finales de los setenta, pero, desde la pequeña ventana desde donde nosotros hemos mirado, es difícil darse cuenta del drama que han vivido. Todo lo que nosotros hemos visto es un país en ruinas al que parece que ya le han puesto los andamios para reconstruirlo, y estos están llenos de gente joven con muchísimo trabajo por delante.

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