viernes, 14 de julio de 2006

Saigón: una grata sorpresa

No sé si lo hemos hecho a propósito o de forma inconsciente, pero parece que no queríamos llegar a Saigón y nos empeñábamos en alargar nuestra visita al Delta del Mekong. En la guía habla largo y tendido sobre los peligros y molestias de Ciudad Ho Chi Minh, así que, con el “miedo” metido en el cuerpo, llegamos a la estación de autobuses locales donde no había ni un sólo turista. Prácticamente pasaron de nosotros y sólo se nos acercó un taxista para preguntarnos si nos llevaba a alguna parte. Una vez que llegamos al centro de la ciudad y dejamos nuestras mochilas en una de las mejores habitaciones donde hemos estado en lo que llevamos de viaje, nos lanzamos a ver lo horrible que era Saigón; por supuesto, con todos los sentidos alerta. Y ha resultado que Saigón nos ha maravillado a los dos. Cierto que aquí el tráfico es un gran caos y el ruido de las bocinas lo inunda todo, pero las calles son anchas, las aceras no están atestadas de motos aparcadas y la atmósfera que rodea a los edificios del centro de la ciudad nos ha hecho sentir como si estuviésemos de vuelta en Europa, quizás por su estilo arquitectónico, o por sus jardines o por la pequeña copia de la catedral de Notre Dame en Paris. Hemos recorrido la ciudad andando y no nos ha molestado ni agobiado nadie, hasta nos hemos sentado en un parque a disfrutar de un rico flan y nadie nos ha dicho nada. Nos ha encantado Saigón y si no fuera porque la visa de Vietnam es sólo para 30 días y hay mil cosas para visitar, de buen grado nos hubiésemos quedado un par de días más.

Después de ver el centro de la ciudad, decidimos visitar también alguno de los lugares que rodean Raigón, y la forma mas fácil, rápida y barata de hacerlo era con uno de los tours que ofrecen las numerosas agencias de viaje que rodean los hostales. Así que nos fuimos a visitar el Gran Templo Cao Dai y los túneles que el Vietcong construyó en Cu Chi para luchar contra los americanos. Se trataba de un tour de día completo que empezaba a las 8 de la mañana y terminaba a las 7 de la tarde, si el tráfico nos permitía acceder al centro sin muchos problemas.
¡Y ese día a las 8 de la mañana nos dimos cuenta de porqué queremos siempre huir de las masas de turistas! Junto con otras cuarenta personas más nos montamos en un autobús que nos llevó a través de una larga carretera llena de baches hasta el Gran Templo Cao Dai. Fue un incómodo viaje de más de tres horas hasta el templo donde nos dejaron ver una de las cuatro celebraciones diarias a la que los seguidores de esta curiosa secta acuden diariamente. Dos cosas me sorprendieron tremendamente: en primer lugar, los escasos cuarenta minutos que nos dejaron antes de volver al autobús para recorrer el edificio y sus alrededores. Después de más de tres horas de tortuoso viaje, esperábamos disfrutar del lugar un poco más y tener, por lo menos, el tiempo necesario para conseguir una buena foto que reflejara lo que transmiten este templo y esta religión, pero apenas tuvimos la oportunidad de ir al baño.

Y la segunda cosa que más me impresionó no fue el extraño ritual de los hombres y mujeres que profesan esta religión ni sus coloridas vestimentas (blancas, amarillas, azules y rojas), sino el largo balcón que rodeaba todo el perímetro interior del edificio y que se había construido para que turistas como nosotros los pudiésemos observar. Era como un circo: nosotros los espectadores y ellos los domadores y malabaristas.
Después de comer, pudimos disfrutar de otras dos horas de baches y brincos hasta que llegamos a los túneles de Cu Chi. Había por lo menos otros tres autobuses aparcados fuera del recinto, y, después de comprar los billetes de entrada, seguimos a nuestro guía hasta la zona donde se encuentran los túneles. El nos explicó cómo fueron construídos y cómo los utilizaron para defenderse y atacar a las tropas americanas. La verdad es que, después de estar dentro de uno de ellos, parece increíble que pudieran pasar allí días sin salir a la superficie y moverse por aquel sorprendente laberinto sin ser localizados. A parte de la oportunidad de sentir lo que pudieron sentir las guerrillas del Vietcong cuando vivían bajo tierra, también te dan la oportunidad de sentir como ellos cuando disparaban contra el enemigo: por solo un dólar la bala, se puede “disfrutar” de la sensación de dispara un MI-16 o un AK-47. Yo no tengo ni idea de armas, pistolas o metralletas, pero allí tenían cosas verdaderamente grandes y ruidosas que daban mucho respeto, pero lo que me pareció más fuerte no fue el hecho de frivolizar con el poder de las armas y convertirlas, una vez mas, en reclamo turístico, sino ver lo felices que estaban, no todos, pero sí una buena parte de nuestros compañeros de tour por poder gastarse cinco dólares en balas. La escena de una madre preguntando a su hijo de no más de quince anos a ver qué arma quería probar no creo que se me borre fácilmente de la cabeza.

Pronto terminamos de ver las instalaciones de Cu Chi y nos volvimos a meter en el bus que nos llevó de vuelta a la ciudad. Llegamos cansados, con las espaldas doloridas y con la sensación de haber malgastado un día entero en Vietnam. Esta vez quisimos hacer las cosas fáciles y optamos por pagar un tour y unirnos a otros tantos turistas que como nosotros habían decidido hacer las cosas sencillas. La verdad es que no está mal probar experiencias nuevas, y de todo se aprende, pero estamos seguros de que vamos a tardar mucho en repetirlo, aunque, por lo que hemos visto, en Vietnam no hay muchas más opciones.

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