martes, 11 de julio de 2006

Delta del Mekong: vivir flotando

A falta de tren cogimos un barco. Como no hay trenes que comuniquen Camboya con Vietnam, decidimos entrar por el Mekong y así visitar el delta de este río que baña todo el sur del país. Fue una experiencia muy interesante cruzar la frontera en barco; bueno, en realidad llegamos en un barco a la parte camboyana y, después de que nos sellasen el pasaporte, cogimos un segundo barco al lado vietnamita. La frontera en sí parecía un puesto de control de pueblo, con unos pocos edificios bajos donde casi no había policía, y obviamente con muy poco tráfico; vamos, que en el tiempo que estuvimos allí no pasó ningún otro barco, por lo que se respiraba una tranquilidad extraña para un paso fronterizo.
Podría parecer que, al cruzar la frontera siguiendo el curso de un río, las diferencias entre los países se verían atenuadas por la homogeneidad de las aguas, pero no fue así: aunque el río era tan marrón y ancho como antes, a sus orillas empezaron a aparecer edificios de ladrillo e industrias que contrastaban mucho con las casa de madera sobre pilotes de Camboya. También se notaba un tráfico de grandes barcos que no habíamos visto antes, y que era testimonio de la boyante economía del delta del Mekong. Pero lo que más nos sobresaltó fue que, al llegar al muelle de Chau Doc, nuestra primera parada, no se nos acercara nadie a ofrecernos sus servicios de transporte o a recomendarnos un hotel o a vendernos postales, libros o cualquier otra cosa. Después de tener que declinar ofertas de este tipo a diario durante las dos últimas semanas, no supimos cómo reaccionar ante la indiferencia con la que nos trataban. Por suerte, pronto llegó alguien que nos recomendó un hotel, aunque no muy insistentemente, y volvimos a sentirnos como en casa.


La verdad es que llegábamos a Vietnam con un poco de miedo, porque los mochileros con los que nos habíamos cruzado nos habían hablado muy mal de los vietnamitas, pero, para nuestra sorpresa, no son nada pesados y, aunque la sensación inicial de indiferencia no se correspondía con la realidad y sí que son muchos los que nos ofrecían sus servicios, resultan ser muy amables, y a veces parece que sólo tienen ganas de conversar. Nos hemos dado cuenta de que lo que no se puede esperar es que te dejen en paz y no te intenten vender nada, por lo que, si les respondes con una sonrisa, aunque les digas que no estás interesado, normalmente recibes un "que tenga un buen día" como respuesta... normalmente.
Otra grata sorpresa que Vietnam nos tenía reservada ha sido el café. No sólo es que lo tuesten con mantequilla, lo que le da un sabor peculiar y riquísimo, sino que existe cultura del café, y lo beben desde la mañana hasta la noche, con leche, con hielo o mezclado con té, en omnipresentes cafeterías con las sillas mirando a la calle para ver pasar la vida. También parecen estar locos con la lotería, y un ejército de vendedores de billetes ronda las calles sin cesar. En una cafetería donde estábamos tomando un delicioso café con hielo el atardecer, empezó a arremolinarse gente. Resulta que alguien estaba escribiendo en una pizarra los números ganadores según los escuchaba por la radio. Nadie invitó a una ronda, así que me temo que no hubo afortunados.

En el delta los canales y los ríos tienen tanta o más importancia que las carreteras, y por ellos pasa tanto mercancía como pasajeros, se crían peces, se vive en casas flotantes y se hacen mercados. Aunque hoy día los mercados de los pueblos son cada vez más frecuentes, ya que las carreteras han mejorado y se han construído muchos puentes que comunican zonas antes aisladas al tráfico rodado, los mercados flotantes están muy lejos de desaparecer. Algunos han pasado a ser mercados al por mayor, donde barcos que traen grandes cantidades de frutas y verduras las venden a pequeñas embarcaciones que se encargan de abastecer los mercados del pueblo. A falta de escaparate, cuelgan sus productos de pértigas para atraer clientes, creando una bellísima estampa de barcos con mástiles adornados con sandías, papayas, frutas del dragón, caña de azúcar, limas o calabazas.

Otros, en cambio, son mercados a menor escala, donde desde inexplicablemente estables canoas se venden productos locales, telas y todo aquello que esperaríamos encontrar en un mercado de pueblo. Como en todos los mercados, aquí también se pueden encontrar cafés y puestos donde comprar un tentempié, pero, como no podía ser de otra forma, también están en barcas. Es todo un espectáculo ver uno de estos mercados que, además de flotantes, son fluídos, ya que, no sólo se mueven los clientes, sino que también lo hacen los puestos, en un descompasado baile al ritmo del chapoteo del agua y el seco ruido de las canoas al chocar.

Pero no sólo los mercados flotan. Hay pueblos enteros flotantes que se dedican a la cría de peces, miles de ellos hacinados bajo las casas. Esto vicia mucho el agua, por lo que, cuando necesitan purificarla, lo que hacen es soltar las casas de sus amarras, sacarlas a la corriente y esperar que el río lo aclare todo. Aquí hasta las gasolineras son flotantes. En el delta la vida fluye el ritmo del turbio Mekong y parece que todos tienen un pie en tierra y otro sobre el agua; eso si, flotando.

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