sábado, 24 de junio de 2006

Siem Reap: primera impresión


Ya lo sabía de antes, porque lo había leído en las guías de viaje y también me lo había contado gente que había visitado esta ciudad, pero aún así no estaba preparada para lo que íbamos a encontrar. Sólo son un par de calles, las más céntricas y turísticas, pero fueron suficientes para quitarme las ganas de salir fuera. Sólo quería quedarme en la habitación del hotel y moverme únicamente para ver los templos de Angkor. Las calles están llenas de niños con ropas sucias y rotas que, con voces angelicales en un perfecto inglés, te venden libros, pulseras, postales o camisetas. Te siguen y te siguen y te siguen y, cuando por fin uno se cansa de seguirte porque no le compras nada, aparecen otros cuatro y parece que los niños no se acaban nunca. Dan pena, lo saben, y de ello se aprovechan. Más tarde descubrimos para nuestra desgracia que no sólo están en el centro de la ciudad sino también en los principales templos de Angkor. Unicamente me quedaba encerrarme en la habitación. Pero por suerte aprendimos la forma de tratarlos y la de no enfadarnos ni agobiarnos y solamente nos costó dos días. Son niños, y nos dimos cuenta de que haciéndoles preguntas como el nombre de la capital de su país, contar en distintos idiomas o juegos de ese tipo, pronto se olvidan de que te están vendiendo algo y se ríen con nosotros.

Camboya es muy diferente a su vecina Tailandia, y esto lo vimos en cuanto llegamos a la frontera. Estaba repleta de gente arrastrando grandes carros, algunos vacíos y otros con mercancías, que pacientemente hacían fila para ser registrados por las autoridades de aduanas. Antes habíamos visto vacas, caballos, motos y hasta bicicletas tirando de carros, pero aquí son las personas, incluso niños, los que hacen todo el esfuerzo.
Nos habían hablado bastante mal de Poipet, la ciudad fronteriza de Camboya y la verdad es que la primera impresión no fue buena. Sin saber cómo, la carretera había desaparecido y se había transformado en un camino de cabras lleno de baches y agujeros, la mayor parte de la gente llevaba la boca y la nariz cubiertas para evitar respirar el polvo que lo invadía todo, y el gran contraste con la sensación de suciedad y pobreza que reflejaba la ciudad eran los coches caros que llevaban y traían a importantes hombres de negocios que habían cruzado la frontera para probar suerte en alguno de los casinos construídos a lo largo de la calle principal. Lejos de parecerse a Las Vegas, recordaba más a un centro comercial barato.

Cuando por fin conseguimos encontrar un coche para llegar a Siem Reap, nos sentimos aliviados de dejar la agobiante atmósfera llena de polvo de Poipet y poder disfrutar del aire acondicionado del coche. Lo que no nos esperábamos eran las cuatro horas que nos quedaban de coche a través de un camino todavía con más agujeros que el que habíamos visto en la frontera. Pero llegamos, con los traseros doloridos y con unas ganas terribles de un buen descanso, pero llegamos.

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