martes, 7 de noviembre de 2006

Moscú: documentos, por favor

O algo parecido debía preguntar la policía rusa a las decenas de turistas que tranquilamente paseábamos por la famosísima Plaza Roja, y es que, después de cruzar Rusia de este a oeste durante más de veinte días sin apenas encontrarnos con agentes de la autoridad, llegamos a un Moscú repleto de policías, soldados y controladores de pasaportes y tarjetas de registro, que intentaban sacarse un dinerillo extra confundiendo a los pobres turistas, que tan sólo querían pasear por la ciudad y admirar los monumentos, las mansiones, las avenidas y las iglesias que llenan la capital. Era tal el número de las fuerzas de la ley que encontramos a nuestra llegada, que no pudimos reprimir una cierta sensación de inseguridad e incomodidad durante nuestra estancia. Quizá la cercanía del 4 de noviembre (Día de la Unidad Nacional), heredera del 7 de noviembre (Aniversario de la Revolución de Octubre), tenía algo que ver con esta proliferación de uniformes.

La capital no nos decepcionó en absoluto y como bienvenida nos obsequió con la visión de una de las estaciones de metro más bellas de toda la ciudad, la Komsomolskaya, adonde llegamos después de bajarnos del tren, aunque también la bienvenida tuvo su lado agridulce, o más bien “agricutre”, cuando llegamos a las cercanías del hostal donde pensábamos alojarnos y descubrimos que modernidad y prosperidad no tienen porqué ir a la par que estilo y buen gusto, y es que en otro hotel cercano se habían excedido y por mucho con las bombillitas y las luces de neón, una visión que a las 6 de la mañana, todavía de noche y con mucho frío, no se nos va a quitar fácilmente de la cabeza.

La gran capital, una de las más caras del mundo y tal vez una de las que más carácter y autenticidad conserva, tiene esas dos caras, una que muestra las obras de arte del pasado como las realizadas en la línea circular del metro, donde una tras otra se suceden las estaciones adornadas con mosaicos, lámparas y mármoles o los inmensos edificios soviéticos con figuras épicas talladas en sus fachadas, y que dan paso a la otra cara moscovita, la de los pubs, clubs, hoteles modernos y casinos que pretenden atraer la atención del peatón con estrambóticos carteles llenos de luces de chillones colores o publicidad excesiva en las entradas.

Moscú se quiere modernizar y eso lo comprobamos cuando fuimos a ver "La Cenicienta", que se representaba en el teatro Novaya Stsena del Bolshoi, ya que el Bolshoi propiamente dicho permanece cerrado por obras, y en donde los protagonistas aparecían vestidos con llamativos trajes llenos de colorido y vida y la historia se sucedía de manera amena y a veces un poco subrealista, pero que siempre se mantenía fiel a la historia original. Pues algo parecido sucede con los moscovitas, añaden color y toques nuevos a su vestimenta diaria, pero sin olvidar sus estilos pasados, sus altos gorros de piel, sus abrigos largos, sus elegantes guantes; no se, esa moda que hemos visto tantas veces en Rusia en películas de época, y de las que te acuerdas cuando observas a la gente de esta ciudad.

A mis compañeros de viaje Moscú les pareció como otras grandes capitales de país: una ciudad estresante y ruidosa. A mí no. Cierto es que los atascos de coches eran terribles y que las sirenas de los coches oficiales se oían casi sin descanso, tampoco parece que Moscú este hecha para caminar, porque siempre había que estar pendiente de dónde estaba el paso de peatones para poder cruzar a la otra acera. Aún así, la sensación de serenidad que había durante las largas bajadas o subidas a las estaciones de metro, con la gente observándose entre ellos sabiendo que la prisa allí no servía de mucho, o la amplitud de la Plaza Roja por donde se podía caminar sin agobios, la iluminación nocturna de los edificios mas emblemáticos, como el Kremlin, el Hotel Ucrania o la Catedral del Cristo El Salvador, combinada con la nieve que caía en pequeños copos y que rápidamente lo llenó todo de un intenso color blanco, me daban una sensación de tranquilidad que no había visto en ninguna otra gran ciudad.

Esta vez tuvimos la suerte de disfrutar de la capital rusa junto a parte de nuestra familia, que decidieron acompañarnos durante unos días en esta vuelta a casa y con los que recorrimos las atracciones más conocidas, como la catedral de San Basilio, la Plaza Roja o la calle Arbat, famosa por sus pintores y su aire bohemio, y paseamos y paseamos unos disfrutando del fresquito en la cara y otros abrigados hasta los dientes. Nuestros visitantes se fueron a toda prisa y dejaron aquí a Iraide que, cansada de leer tantas historias de viajes, decidió vivirlas en persona y se unió a este largo viaje en tren de vuelta a casa.

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