miércoles, 22 de noviembre de 2006

Transilvania: de Drácula ni rastro

Sólo oír el nombre de Transilvania y la parte de atrás del ojo ya empieza a ver imágenes de largos colmillos, apetitosos cuellos y negros murciélagos. De hecho, es lo único que yo asociaba con Rumanía, además de los Cárpatos y Nadia Comanesci. Esta última ya no está en el país y vive en los Estados Unidos, y Drácula, espero no decepcionar a nadie, pero es una leyenda, así que lo único que encontramos fueron los souvenirs en su nombre. Sí que es cierto que hubo un conde que nació en Sighisoara y que se esforzó por alejar a los turcos lo más posible de sus tierras, utilizando técnicas que hoy consideraríamos cuando menos inhumanas, pero me temo que la única sangre que chupaba era la de su dedo cuando se cortaba.

Sighisoara todavía mantiene la casa que lo vio nacer (aunque hoy es un restaurante, donde imagino que se servirá la carne poco hecha) y tiene un casco medieval muy bien conservado, pero lo que más nos gustó fue que el edificio en la cima de la colina que domina el pueblo no es un museo, ni un hotel, ni nada relacionado con el turismo, sino un colegio, lo que da cierta vida a esta zona, incluso en temporada baja. Da gusto pasear por aquí y oírles cotorrear antes de que el profesor entre a clase, o ver cómo alguno corre porque llega tarde, o cómo otro se escaquea, seguirlo y descubrir detrás del colegio un pequeño parque que comunica con el cementerio de la iglesia, lleno de antiquísimas lápidas, unas más olvidadas que otras. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que la mayoría de las lápidas estaban en alemán y otras en otro idioma que no reconocimos, pero que no podía ser rumano.


Ibamos pensando en ello ladera abajo cuando una señora nos empezó a hablar en alemán quejándose de lo mala que era la gente, de lo poco que la habían ayudado cuando estuvo mal. También nos explicó que estas tierras habían pertenecido al Imperio Austro-Húngaro, después a Hungría a secas y que por ello los mayores hablaban húngaro y alemán además del rumano. Por lo que se ve, es más complicado todavía, ya que la población rural sí que es rumana, es sólo en las ciudades donde el sentimiento húngaro sigue aún vivo. Uno más de esos conflictos que se quedaron colgados tras la II Guerra Mundial, que intentaron tapar durante la época socialista y que hoy vuelven a tener oxígeno para desarrollarse, veremos como evolucionan dentro de la Unión Europea.

Sólo hay que mirar un libro de viajes sobre Transilvania para darse cuenta de cuánto se ha luchado por aquí. La mitad de los sitios para visitar son ciudadelas o castillos, tan robustamente construídos que, incluso hoy, resultan imponentes, encaramados sobre espigadas colinas al pie de todavía más imponentes montañas, los Cárpatos, que bordean la zona casi como las murallas de una ciudadela, protengiéndola y conteniéndola al mismo tiempo.

Sólo nos dio tiempo a dar un corto paseo por las colinas alrededor de Brasov, pero fue suficiente para que queramos volver a estas espectaculares montañas, a pesar de que debe haber mucho oso suelto, como no hacía más que recordarnos la señora del albergue cuando le preguntamos qué ruta seguir, "por aquí no, muchos osos, mejor esta otra", nos decía intentando poner cara de osa odiosa.

Brásov es la ciudad más grande que visitamos en Rumania y, aunque ni siquiera es grande, fue allí donde descubrimos que, además de carros de caballos y amabilísimos aldeanos, existe una clase media acomodada y mendicidad, pero no como en cualquier otro lugar, en Rumania todos los que vimos pidiendo en la calle eran de etnia gitana, generalmente niños o madres con bebés, no sentados por las esquinas sino deambulando en busca de sustento. Pero de Drácula ni rastro; castillos y montanas por doquier y una mezcla húngaro-rumana que ya veremos que salsa da. Lo más parecido al recuerdo de Drácula que encontramos fue la Banca Transilvana, que con ese nombre ya deja claro desde el principio que te van a chupar la sangre.

1 comentario:

Nando GS dijo...

Hola amigos: Ojala algún día puedan hacer un recorrido similar por Sudamerica. Perú los espera.

Saludos,

Fernando