jueves, 9 de noviembre de 2006

Retrato de Rusia

Dos bolas de idéntico tamaño se desplazan por un plano inclinado a una velocidad x. Si la masa de A es el doble que la de B ¿cuál de las dos recorrerá una mayor distancia una vez acabado el plano inclinado?.

Un problema básico de física. A sería el aparato del Estado y B el pueblo ruso, y el final del plano inclinado coincidiría con el desmoronamiento de la Unión Soviética, momento en el que la fuerza gravitatoria comunismo deja de tirar de ambos y los deja a los pies de un horizonte incierto. Seria lógico pensar que ambas se pararían a la vez y empezarían a moverse juntas en el sentido de la siguiente fuerza que se ejerciera sobre ellas, pero nos estaríamos olvidando de la fuerza que no existe pero que es muy poderosa: la inercia. La respuesta correcta al problema sería:
El aparato del Estado tiene una masa enorme, por lo que el cambio de comunismo a capitalismo no es suficiente para frenarlo o hacerle alterar su dirección. Así que, por desgracia, para los turistas la bola A recorrerá todavía mucha distancia, y conseguir un visado o seguir las normas establecidas de registro en cada uno de los hoteles en los que uno se queda seguirá siendo un requerimiento inexcusable y que provocará muchos más quebraderos de cabeza.
Existen incluso hoteles en los que no aceptan extranjeros más de dos noches seguidas, y en otros en absoluto, aparentemente para evitar el papeleo que tienen que rellenar para justificar nuestra presencia allí y que las autoridades no dudarán en exigir, como si todavía viviésemos en los tiempos de la guerra fría. Pero lo peor es que esas mismas autoridades hacen que Rusia parezca una república bananera, aprovechan cualquier resquicio de la mastodóntica reglamentación rodante para sacarse unos cuartos extras de manos de los turistas. Esto hace que en Rusia la presencia policial en las calles diste mucho de aportar seguridad; al contrario, incluso con todos los papeles en regla y sin haber cometido ningún delito, la sensación que uno tiene es de vulnerabilidad, como tuvimos el honor de experimentar en Moscú.


Pero el enunciado del problema es incompleto, no comenta que bola "aparato del Estado" es de una madera tan densa que ni flota, mientras que "pueblo ruso" es de un ligero metal y hace tiempo que está siendo atraída por una nueva fuerza magnética llamada economía de mercado. Los primeros tiempos fueron muy duros, pero "gracias" a un débil rublo y a la consiguiente imposibilidad de importación, los rusos comenzaron a producir ellos mismos lo que necesitaban, y como consecuencia emergió una clase media que más tarde, ayudada por el impulso económico del país debido al desorbitado precio del petróleo y del gas (ambos abundantes en Rusia), parece que empieza a hacer pie. Y es que, si no fuese por el papeleo y la constante presencia militar, pocas cosas recordarían la época en la que ambas bolas iban juntas por el plano inclinado. Hay un parque en Moscú en el que han colocado muchas estatuas sobrantes -de líderes comunistas hoy ya caídos en desgracia y que pasan la jubilación apelotonadas en un jardín poco cuidado y menos visitado- y camino a él se pasa por una zona donde con un poco de imaginación se puede sentir el lujo de la Rusia zarista revitalizado, cuando Moscú era la capital asiática de Europa, exótica, llena de iglesias y donde se hablaba francés.
Y no sólo es que los nuevos ricos disfruten de los lujos que ahora les son tan accesibles, sino que hasta les queda bien; es como si hubiesen nacido para ello; deben haber olvidado que de jóvenes vivían en apartamentos del Estado. Pero poco importa eso ya, pensarán mientras se suben a sus todoterrenos BMW con sus impecables abrigos, sus brillantes zapatos y orgullosas miradas, atrás quedaron ya esos tiempos para no volver, y hoy Rusia es un país moderno, rico y democrático, como ellos. ¿O no? Pues, por lo que hemos visto, Rusia no es una sino dos. Una es como ellos la quieren imaginar, rica, histórica, poderosa, sofisticada, moderna, y su capital es Moscú. Pero hay otra que no es así, y Moscú queda tan lejos que les debe ser tan misteriosa como la cara oculta de la luna. Esa Rusia está al este y es rural, pobre, ortodoxa y repleta de casas de madera, menos en las mayores ciudades donde las han cambiado por edificios y humo grises. Y es que, como en todo campo, la atracción es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia, y lejos de Moscú las cosas van lentas.

Y aquí distancias tienen muchas, este país es tan grande que no cabe en un continente. Desde pequeño su mención me traía imágenes de un suelo blanco y nevado, inmensas extensiones arboladas, trineos a caballo, las extrañas cúpulas de la Plaza Roja y sus desfiles militares, vodka, Lenin... Y eso sin mencionar a la gente, que me la imaginaba fría y seca como el clima. Esta imagen estaba además corroborada por gente que nunca había estado allí, pero que añadían que son muy agresivos y que tuviésemos cuidado con ellos. Pues ni siquiera es cierto que sean fríos, todo lo contrario, son muy abiertos. Si estás en una estación y no consigues comunicarte con quien te está vendiendo los billetes, es como pedir a gritos hacer amigos. Alguien que hable un poco de inglés se te acercará y te ayudará, y es probable que acabéis cenando juntos. Esta es una de las cosas que más nos ha sorprendido de este país, la amabilidad y ganas de comunicarse de la gente, la facilidad con que sonríen, incluso los que trabajan detrás de una ventanilla.

Algunos notarán que no hemos comentado su conciencia democrática, y me temo que es mejor así. Es un tema demasiado complicado y del que apenas sabemos nada, aunque, por desgracia, los periódicos nos ponen al día cada poco tiempo. Sólo espero que les vaya bien, tanto por ellos, que se lo merecen, como por nosotros, porque es un país que no se puede obviar y que cada movimiento que da nos hace recolocarnos en el sofá. Ojalá la reluciente bola de metal ruede mucho y nosotros podamos volver para verla, aunque quizás esperemos a que la pesada bola de madera se pare, o se pudra (lo que suceda primero).

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