martes, 31 de octubre de 2006

Tren Irkutsk- Moscú: el Transiberiano

Irkutsk-Moscú: en el Transiberiano
(...) La fetidez del olor corporal y el desinfectante me azotaron en cuanto entré en el coche abierto, que alojaba a 54 pasajeros -el triple que en primera clase- pero que, por fortuna, sólo estaba ocupado a medias. Las literas se hacinaban unas junto a otras, el suelo era de simple linóleo e incontables filos de cuchillo habían dejado marcas en el linóleo blanco de las mesas.
A medida que transcurría la noche algunos viajeros se acostaron, acurrucándose totalmente vestidos bajo sus ásperas mantas. Otros se sentaron en los incómodos bancos del mal iluminado vagón para devorar sus cenas a base de salchichas, huevos duros, cebollas, tomates, pepinos y pan.
Fue un alivio bajar en Zaozerlii (...)
Extraído de El Ferrocarril Transiberiano, Fen Montaigne

(National Geographic, Junio 1998)


Así relataba el reportero de la National Geographic su experiencia en la plastkart del Transiberiano, la tercera clase. Por suerte no le hicimos caso y decidimos viajar en estos vagones donde los compartimentos son de seis literas y no tienen pared que los divida del pasillo. Están llenos de rusos que, como nosotros, no se pueden permitir el lujo de la privacidad de un compartimiento cerrado; entre ellos hay muchos militares de servicio, currelas, estudiantes, pensionistas y demás gente humilde.

Compartimos kilómetros con unos trabajadores de Dagestán que volvían a casa desde el norte y estuvimos enseñándoles a jugar al parchís, aunque no les dejamos ganar. Y también con una hiperactiva niña que nos contó su vida a pesar de que estaba claro que no entendíamos nada. O con una pareja que iba a Moscú y no hablaban mucho, pero que al final creímos entender que iban al hospital a tratar a la mujer. MiIlones de personas se desplazan diariamente en tercera clase y disfrutan de los cómodos, espaciosos, suficientemente iluminados y linoleicos vagones.

Para que os hagáis una idea de la magnitud del tráfico: la mitad de los desplazamientos por este vasto país se hacen en tren, el 70% de las mercancías también se mueven sobre raíles. El Ministerio de Ferrocarriles emplea un millón y medio de personas, controla 400.000 vagones y locomotoras, y, no menos importante, regenta 64 escuelas. Desde la perspectiva de un humilde usuario los ferrocarriles rusos parecen un monstruo mecánico, un enorme reloj con millones de engranajes, péndulos, espirales y piñones que da la hora siempre con exactitud.

Pero basta ya de datos, seamos prácticos y demos algún consejo para viajar en los trenes rusos:
(1) Intentad sonreír lo más posible a las provodnitsas. Ellas son las dueñas y señoras del vagón, controlan los baños, la radio, el calentador de agua y la puerta, por lo que tenerlas de tu lado es de un valor incalculable. Más importante aún es no hacerlas trabajar demasiado, salir de su compartimiento blindado las irrita muchísimo.
(2) Llevad un álbum de fotos de vuestros familiares, bodas, comuniones, bautizos, nacimientos, Navidad, hasta fotos de las mascotas valen. A los rusos parece gustarles mucho enseñarte su álbum y relatarte las situaciones, en ruso, pero no os preocupéis si no entendéis, levantaran la voz para que oigáis mejor. Sin duda una estupenda forma de romper el hielo.
(3) Traeros un juego de cama. En tercera clase el colchón y la almohada son gratis pero las sábanas no, unas traídas de casa ayudan a recortar gastos. Si lo llegamos a saber antes...
(4) Aprovechad por otro lado para compraros guantes, chándales, gorros, libros, revistas, "joyas", peluches y perfumes en el tren. Un pequeño ejército de vendedores ambulantes tomará el tren por asalto regularmente y deambulará con sus mercancías. Además en las paradas es fácil abastecerse de comida, incluso pescado recién ahumado.

La experiencia de viajar en el Transiberiano es única; su versión más descomunal dura seis días y medio ¡156 horas sin salir del tren! Por el camino quedan cinco husos horarios y más de 9.000 kilómetros, pero, como nosotros queríamos hacer el viaje sin jet lag decidimos partirlo en varios tramos, como habéis comprobado por las anteriores entradas, y sólo cambiar una hora por cada trayecto; bueno, una vez cambiamos dos. Pero, a pesar de todo, la experiencia es impactante. La ventana del compartimiento se convierte en una televisión de ambiente por la que una interminable película de abedules ocultándose en la nieve gira sin cesar.

A la noche apagan la tele, pero todo lo demás permanece igual; un vagón tranquilo, la gente bebe, lee, habla, juega a las cartas, o fuma (entre vagones) y espera a que el tren pare para estirar las piernas en el andén. Salir del viciado aire interior al frío siberiano te carga las pilas, pero si hace viento también te arranca alguna lágrima despistada. Observar a decenas de personas en chancletas pero con abrigo, que fuman y compran provisiones es muy cómico, pero sin sonreír todos volvemos rápido al cobijo del tren. Tanto se acostumbra uno a estar dentro de él que el final del trayecto es como un parto, uno sabe que debe salir, que es eso para lo que entró allí, que todo lo que uno tenía que hacer dentro está acabado ya y que será mejor cuando esté fuera. Pero es tan cómoda la monotonía y el calor allí reinantes, que hay que empujarse para no esperar una parada más, sólo una más.

El tren nos dio a luz en Moscú, aunque fuese todavía de noche, y es que es aquí adonde todos los caminos de Rusia llevan.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

a ese tren no me subo ni en pedo salvo con dos travestis y una botella de vodka. saludos diego

Anónimo dijo...

vaya gilipollez

Lito dijo...

Pues en una semanita lo estamos cogiendo!! Que arte!!