miércoles, 11 de octubre de 2006

Ulan Bator: el grano

Como muchas capitales, Ulan Bator no parece pertenecer al país, es totalmente diferente en carácter y fisonomía, pero esta vez además es como un grano en un bello rostro. Tras pasar una semana por estepas interminables y boscosas montañas desiertas de gente, subir el collado que te descubre Ulan Bator es deprimente.

Como muchas grandes ciudades, tiene un negro escudo protector de polución, que lo protege del aire limpio circundante. Escudo alimentado constantemente por las fábricas que la rodean y que básicamente son las únicas del país. Un oasis de civilización en la desierta Mongolia. Es como si la hubiesen construido porque todos los países necesitan una ciudad grande y contaminada. Aunque llenarla no les ha sido fácil, casi la mitad de la población vive aquí, muchos en condiciones realmente míseras.

Según te vas acercando, antes de que aparezcan los hoteles, bloques de apartamentos, bares y demás marcadores de la urbanidad; empiezas a ver campamentos de “gers” formando un disperso cinturón blanco. Un poco más dentro están los arrabales de casuchas de madera, tan grandes que prácticamente forman la ciudad, y donde vive la gente en condiciones que no debe distar mucho de las de los nómadas, aunque mucho más deprimente.

Te das cuenta de que has llegado al centro cuando ves edificios oficiales con sus paredes recién pintadas con colores pastel, un centro comercial y algún restaurante, pero poco más. Más que pasear por el centro de la capital de un país, te da la sensación de estar en la calle principal de un barrio periférico donde se encuentra el comercio de la zona. Pero quizás precisamente ése sea el mayor aliciente que tiene, la falta de un núcleo opresivo, el aire desenfadado de su avenida principal, la sensación de estar en un pueblo grande, con su templo lamaísta y su trolebús.

Además nos regaló nuestra primera nevada del viaje, apenas unos copos, pero que nos hacía ilusión contemplar mientras desayunábamos al calor de nuestro albergue. Porque en eso sí que se parece al resto del país, hace frío, aunque no por ello todos van con los calurosos trajes tradicionales, aquí te encuentras gente que sigue la moda, y sobre todo las chicas más jóvenes llevan la ropa muy ceñida.

En definitiva, Ulan Bator no es una ciudad que cautive, al menos no a primera vista, pero tiene algún encanto que con el roce puede llegar a crear cariño; habrá que preguntárselo a los que hayan pasado más tiempo allí. Lo que está claro es que la mayoría de la gente llegamos a Ulan Bator para salir de allí cuanto antes, y sólo volvemos a darnos una buena ducha, conectarnos a internet y comer algo que no lleve carne de oveja o cabra.

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