miércoles, 25 de octubre de 2006

Krásnoyarsk: la ciudad de hielo

Cuando visitamos China teníamos muy claro que dos meses de visado no iban a ser suficientes ni siquiera para ver la mitad de las cosas que queríamos, así que decidimos seleccionar con mucho cuidado los lugares que más nos atraían. En Rusia tenemos otra vez el mismo problema, pero esta vez peor, porque este país es mucho más grande que China y nuestro visado se reduce a treinta míseros días, por lo que llegamos a la conclusión de que lo mejor era visitar ciudades que estuviesen en nuestro camino a Moscú; es decir, en el trayecto del Transiberiano.
Por suerte parece ser que somos muy pocos los viajeros que recorren Rusia entrando desde Mongolia, porque la gran mayoría de turistas que nos hemos encontrado lo hacen en el otro sentido, así que hemos recopilado mucha información sobre los lugares más interesantes; bueno, en realidad ha sido sobre los lugares menos interesantes, porque nos han dicho qué ciudades no hay que visitar, pero desconocemos cuáles nos pueden interesar más. Siguiendo el consejo de un chico eslavo que encontramos en Irkutsk y que, para nuestra mayúscula sorpresa, nos preguntó si veníamos de Vitoria-Gasteiz justo antes de decirnos que había estado en nuestra ciudad tres veces, es como terminamos en Krasnoyarsk.
A nuestra llegada nos encontramos con una ciudad industrial con grandes edificios, con muy pocas casas de madera (gran contraste con Irkutsk) y con dos calles principales que se disputaban ser el área comercial de la ciudad, con tiendas de ropa de diseñadores afamados y música que no dejaba de salir de los altavoces que recorrían toda la avenida. También nos encontramos con un frío del demonio que puso a prueba nuestros guantes, gorros y cazadoras, y que hizo que nos sintiéramos las personas más felices y afortunadas cada vez que llegábamos al hotel y nos quitábamos las capas de ropa con las que nos habíamos forrado.

La razón de visitar Krásnoyarsk era el Parque Natural de Stolby y sus famosas formaciones rocosas, que corrimos el riesgo de visitar justo el día que más frío hizo durante nuestra estancia en la ciudad. El autobús urbano nos dejó en algún lugar de la carretera entre una casa y un árbol y nuestra aventura en Stolby comenzó con buen humor: “es por allí”, “no, por aquí”, “aquí no hay nadie”, “a lo lejos veo algo”, “je, je, qué bonito, todo está blanco”, “uy”, “cuidado”, “casi te caes por culpa del hielo”, “a ver si te hago una foto”...

La aventura terminó con Susana 7 caídas de culo en el duro suelo y Jaizki sólo 9, y sin fotos de los resbalones por miedo a que la broma nos costase una cámara o un objetivo. Las rocas eran bonitas y el lugar, que estaba completamente blanco, increíble, pero tenemos que reconocer que las condiciones no eran las mejores para visitar el parque, y seguramente hubiésemos disfrutado más de haber ido un mes antes, cuando todo estaba amarillo en lugar de blanco. Pero seguimos de buen humor cuando cogimos el autobús de vuelta a la ciudad hablando de los genes que poseen los rusos y que les hace capaces de ir al parque natural de Stolby con un frío de narices y con hielo por todas partes sin guantes, con zapatos de calle, sujetando un bolsito de piel en la mano izquierda y en la derecha un móvil. ¿He mencionado que la más valiente de todos era una mujer algo más que cincuentona?
Ahora que ya no nos duele nada nos reímos de las culetadas y las caídas que tuvimos y que a mí me recordaban bastante a las tortas que se dan en los dibujos animados.

En Krásnoyarsk también confirmamos lo que habíamos descubierto en Irkutsk: que las maravillosas vacaciones a buen precio y sin apenas sacrificios a la hora de comer, beber, dormir y hacer compras se habían terminado. Del día a la noche los precios se habían multiplicado cuatro y hasta cinco veces, dejándonos en estado de shock por unos días. Ahora volvemos al tiempo en el que éramos estudiantes y comprábamos pan de molde, tomates, jamón y pepino para hacernos sandwiches y no morir de inanición. Lo que peor llevamos es el precio de los hoteles, ahora hay que pagar tres veces más y por poder dormir en un dormitorio junto a otras seis personas. Supongo que todo será cuestión de tiempo y de hacerse poco a poco a la idea, algo que nos vendrá muy bien cuando lleguemos a la tan temible para nosotros zona del euro.
Por lo menos esta vez en Krasnoyarsk disfrutamos de una pequeña, pequeñísima pero cómoda habitación con un útil lavabo en un enorme hotel. Nos impresionó el larguísimo pasillo donde se encontraban las habitaciones y que conducía a los baños, con techos altísimos, alfombras de colores oscuros y tristes y la pintura y el papel de las paredes levantados en muchos sitios. Un lugar que por la noche daba miedo debido a la sensación de soledad y dejadez que allí reinaba, pero al que nos acostumbramos y aprendimos a disfrutar, ya que durante nuestra estancia en Rusia estábamos seguros de que nos encontraríamos con más hoteles de película de miedo como éste.

No hay comentarios: