viernes, 28 de julio de 2006

Ha Long Bay: una sopa de islas

Hanoi es un buen punto de partida para visitar las cercanas islas que forman la increíble bahía de Ha Long, y, ya que estábamos allí, decidimos ir a ver si son tan bonitas como dicen. Y la verdad es que tienen razón. Desde el barco que nos llevó alrededor de algunas de las más de 3.000 islas que forman este archipiélago se respiraba una serenidad y una calma difícil de encontrar en ningún otro lugar de los que hemos visitado. Esta vez, y a diferencia de Phang Nga, la visita a las islas la hicimos en un gran barco que contaba con cocina, restaurante y camarotes para todos los pasajeros, y que tenia los motores más silenciosos que he visto. La verdad es que se agradecía tremendamente el poder disfrutar de unos momentos de calma.

Hubiese sido una experiencia maravillosa si no fuera por culpa de la agencia de viajes que elegimos para realizar el tour. Desde el primer momento en que nos fueron a recoger al hotel y nos metieron en la furgoneta que nos llevaría hasta el puerto para coger el barco, nos dimos cuenta de que íbamos a tener que reclamar los derechos que nos correspondían. Para empezar, el tour que pagamos decía claramente que íbamos a ser un grupo máximo de catorce personas, y, como de alguna manera nos lo esperábamos, nos reímos cuando vimos en el barco otras 21 caras de enfado preguntando al capitán y al responsable del tour, que sufría de temporales lapsus de memoria y complicaciones intermitentes de entendimiento del inglés, porqué éramos más de catorce. La respuesta tajante: "Eso es sólo por la noche, para los que se quedan a dormir en el barco". También preguntamos repetidamente porqué no podíamos usar el aire acondicionado de las habitaciones, cuando nos habían dicho que estaba incluído en el precio, o porqué estuvimos más de dos horas parados en el puerto, supuestamente esperando al capitán, y no nos dio tiempo de hacer el kayaking que también habíamos pagado. Pero lo mejor fue cuando, ya volviendo a tierra, nos preguntaron si queríamos que parasen para darnos un baño, y a los tres minutos, cuando había ya gente poniéndose el bañador, cambiaron de opinión y nos dijeron que ya no había tiempo y que había que volver a puerto. Por lo menos la comida del último día en un restaurante de Ha Long City fue buena y abundante, no sabemos si se trataba de un último esfuerzo de dejarnos con buen sabor de boca.
Un consejo: cuando contratéis un tour de dos o tres días a Ha Long Bay, pedid que os den por escrito todo lo que incluye el tour y lo que no, así, por lo menos, tendréis algo en que basar vuestras protestas, si es que las hay; y llevar agua con vosotros, porque esto sí que estaba escrito en el billete, "las bebidas no están incluidas en el precio del tour"; lo que no dicen es que en el barco las cobran a tres o cuatro veces el precio de la calle. Pero que esto no os quite las ganas de visitar esta maravilla de la naturaleza, porque es realmente impresionante.

Tampoco dejéis de ir a la cueva de Bo Han. Esta maravilla fabricada por la naturaleza durante muchísimos años impresiona desde el primer momento que entras en ella. El lado positivo son las increíbles bóvedas llenas de estalactitas y estalagmitas, en las que los guías se empeñaban en hacerte ver formas animales o vegetales. La cueva está dividida en tres salas enormes que hacen que los ojos se muevan de un lado a otro sin parar. El lado negativo: las decenas y decenas y decenas (que ya son casi una centena) de turistas que quieren disfrutar también del espectáculo mientras esquivan cámaras y flashazos en un intento de fotografiar y tener un recuerdo de esta inmensa y famosa cueva. Otro punto negativo: el surtidor en forma de fuente rodeada de piedras perfectamente redondas, que alguien ha tenido la espantosa idea de colocar casi en el centro de la cueva, para deleite de unos (que no paraban de hacerse fotos en ella) y enfado de otros que no podíamos dejar de pensar en quién había tenido semejante idea. Aún así merece la pena ir, de verdad.

miércoles, 26 de julio de 2006

Tren Hue-Hanoi

Seguimos sin entender las estrategias de marketing de los Ferrocarriles Vietnamitas. En la estación de Hue conocimos una pareja de mochileros de unos 50 años que no había conseguido cama en el tren nocturno que íbamos a coger, por lo que tendrían que pasar las próximas quince horas sentados. Nosotros compramos el billete con mucha antelación, a pesar de lo cual no tuvimos mucha elección, y nos vimos obligados a comprar los más caros, ya que inexplicablemente todas las demás categorías de coche-cama estaban completas. Al llegar a nuestro compartimiento nos sorprendió que no hubiese nadie ocupando las otras dos camas, y nos dormimos pensando que en alguna próxima estación alguien se subiría a ocuparlas, pero no fue así: viajamos a todo lujo, un compartimiento para nosotros solos, aunque nos compadecimos un poco de la pareja que no pudo comprar las camas libres por alguna razón desconocida para nosotros y que no atiende a ninguna lógica de venta pública de billetes.

Quizá deba matizar lo de "a todo lujo". En realidad el tren nos decepcionó un poco, ya que, para ser la categoría mas cara, el compartimiento estaba algo descuidado, sucio y un poco viejo, pero, a pesar de todo, dormimos a pierna suelta, mucho mejor que en un autobús, sin duda.

martes, 25 de julio de 2006

Hue: otro paseo en bicicleta

Al llegar a Hue nos fuimos directamente a la estación del tren para poder reservar los billetes para Hanoi con tiempo. Esta vez no queríamos tener sorpresas de ningún tipo y estábamos decididos a seguir nuestro viaje en tren. Fuimos paseando y conociendo un poco el lugar y la impresión que nos dio es que era una especie de ciudad fantasma, prácticamente sin nadie en la calle. Pero nosotros habíamos venido a Hue a visitar la fortaleza y las tumbas de los emperadores, así que no le dimos demasiada importancia al hecho de que la ciudad no nos cautivase. Ya con los billetes en nuestro bolsillo, nos dedicamos a buscar la mejor forma de visitar las tumbas de los emperadores Nguyen, alguna de ellas a más de diez kilómetros del centro de la ciudad, donde nosotros estábamos durmiendo. Como no queríamos correr el riesgo de nuevo de pagar un tour y que nos decepcionase, decidimos alquilar un par de bicicletas y, con ayuda del mapa de la guía, intentar encontrarlas. Lo más difícil no fue orientarnos para llegar hasta las tumbas, ni siquiera lidiar con el tráfico de Hue (realmente esto fue una experiencia de alto riesgo); lo que más trabajo nos costó fue encontrar un par de bicis que reuniesen todas las condiciones que nosotros buscábamos: freno en la rueda delantera, freno en la rueda trasera, ruedas bien hinchadas, sillín fijo y manillar alineado. Bueno, pues después de muchas vueltas y de muchas pruebas con muchas bicicletas, no conseguimos encontrar lo que queríamos y terminamos con dos bicis que dejaron de frenar cuando ya estábamos volviendo al centro, lo que hizo de nuestra escapada toda una aventura.

La fortaleza nos impresionó mucho por lo grande que es y lo bien conservada que está. Incluso un amable vietnamita nos enseñó el camino para trepar por la muralla que la rodea y poder disfrutar desde arriba la vista. Conocía muy bien el terreno porque su casa estaba justamente debajo del lugar por el que trepábamos, compartiendo una pared con la gruesa muralla.
Durante casi veinte años estos restos de las dinastías Nguyen estuvieron totalmente abandonados y dejados, pero, cuando se descubrió el potencial turístico que podían tener, comenzó la larga restauración, que todavía hoy continúa dentro de la fortaleza y en alguna de las tumbas. El hecho de que los hayan nombrado Patrimonio de la Humanidad también ha ayudado y mucho a que los edificios recuperen su color y acabado original. Hay gente trabajando durante todo el día, e incluso dentro de las murallas del recinto real hay una especie de pequeña fabrica de tejas y losas que usan para la restauración: casi casi como se hacía antaño.

El día que decidimos visitar las tumbas nos dimos una buena paliza de bici por llegar a una de las más alejadas pero también la más vistosa de todas. Y el hecho de pedalear en dos viejas cafeteras nos hizo el viaje mucho más duro, pero, cuando ya estábamos volviendo y había dejado de llover, descubrimos que Hue no tiene nada de ciudad fantasma y que la gente invade las calles en cuanto el sol baja un poco y el calor es soportable.


domingo, 23 de julio de 2006

Hoi An: escaparate urbano

El trayecto entre Nha Trang y Hoi An va a ser muy difícil de olvidar. Fueron doce horas de infernal viaje, en el que nos fue imposible dormir, y no por culpa del mal estado de las carreteras, como pasaba en Camboya, ni porque el autobús tuviese los amortiguadores estropeados, como ocurrió en Malasia. En Vietnam fue por la manía que tienen de tocar el claxon cada vez que viene un coche, autobús, camión, moto o bici, ya sea de frente o en nuestra misma dirección. Parece ser que los espejos retrovisores los tienen de adorno y aquí lo que manda son las señales acústicas, y nuestro chófer debía pensar que el resto de los conductores estaban sordos, o algo así.
Llegamos pronto por la mañana, abatidos y malhumorados, pero quizá mi estado de ánimo también era consecuencia de que esta vez me tocaba a mi estar enferma (gracias Jaizki por compartir tus virus conmigo). Así que otra vez alargamos nuestra estancia más de lo pensado para que yo pudiera descansar y recuperarme. Cuando por fin me sentí con fuerzas de salir de la habitación y fuimos a pasear por Hoi An, descubrimos que habíamos llegado a una gran tienda de ropa, zapatos y souvenirs con forma de ciudad. Esta es la impresión que me ha quedado de Hoi An: un bonito pueblo con edificios antiguos por todas las esquinas, muchos de ellos renovados y muchos más en proceso, callejuelas estrechas que conectan las calles principales, un gran mercado abierto desde la mañana hasta bien entrada la tarde, y mucha gente intentando convencerte de que compres "algo".

Resulta un poco difícil abstraerse de las tiendas que lo envuelven todo y concentrarse en admirar los edificios históricos que son verdaderas obras de arte. Hoi An fue un importante puerto, donde atracaban barcos portugueses, vietnamitas, japoneses y chinos, entre otros, y la influencia de estos últimos se aprecia claramente en las casas, templos y calles de la ciudad.

Por la tarde, a la hora de la puesta de sol, descubrimos una Hoi An aún mas bonita de lo que habíamos visto durante el día. Los colores, las sombras, la atmósfera del atardecer y sobre todo el hecho de que la ciudad se había vaciado un poco de turistas y las tiendas empezaban a cerrar hizo que la última impresión de Hoi An fuera maravillosa. Sin embargo no podía dejar de pensar en la increíble experiencia que tenía que haber sido conocer este lugar tan solo ocho o diez años antes, cuando todavía era una ciudad con tiendas, más que una tienda con apariencia de ciudad.

miércoles, 19 de julio de 2006

Nha Trang: no fue fácil marcharse

Llegamos, buceamos, y nos vamos. Ese era nuestro plan para esta ciudad playera, pero no resultó como planeamos, al menos no del todo.
Llegamos bien entrada la tarde y, para nuestra sorpresa, no había ninguna habitación libre en toda la ciudad. Seguro que habéis visto alguna película en la que el protagonista va a un mostrador a buscar algo y le dan una negativa por respuesta, y después hay una serie de imágenes en las que un montón de gente le dice: "no, no, no, no..." mientras al sufrido protagonista le cambia la cara gradualmente. Pues así me sentí yo. Una amabilísima señora nos ofreció dormir en el sofá de la recepción de su hotel, pero por suerte, después de preguntar en más de quince, encontré uno donde tenían una habitación libre. A pesar de correr el riesgo de perder la habitación, le regateé y todo, para no perder las buenas costumbres, y conseguí bajarle el precio… un poco.

Resulta relativamente difícil darse cuenta de que está uno en un país comunista. Vietnam está lleno de pequeños negocios familiares, que aparecieron como champiñones tras el “Doi Moi”, la reforma económica de hace unos veinte años, y, desde la perspectiva de la calle, si no fuera por la hoz y el martillo ocasionales y por los uniformes verde oliva de los militares, no se diferencia mucho de Tailandia o Malasia. Pero en esta ciudad tuvimos una revelación. Andando por el paseo marítimo nos topamos con un espectáculo musical, ¡menudo espectáculo!: una recopilación de canciones pachangueras cantadas al estilo karaoke desafinado, con coreografías poco ensayadas; vamos, como en una verbena de pueblo, pero de las malas. Hasta aquí todo normal, pero la troupe salió al escenario con banderas lisas de colores, la roja la más grande, ejecutando una especie de desfile marcial para terminar en una escultura humana de pose heroica al estilo más soviético que os podáis imaginar, con la bandera roja ondeando triunfalmente en el vértice de la formación, al son de una melodía que quería sonar épica. Los aplausos fueron muy reservados, quizá sea el carácter vietnamita..., quizás no.
Por lo demás, esta ciudad no se diferencia mucho de Benidorm, una preciosa, larga y abarrotada playa flanqueada por hoteles hasta donde alcanza la vista; bueno, la vida nocturna puede que no sea tan excitante aquí y, por supuesto, hay muchos más vietnamitas que allí, pero no muchas más diferencias.

Nosotros habíamos venido a bucear, y eso es lo que hicimos, pero después no nos fue tan fácil irnos. El segundo día que buceamos yo ya llevaba varios días enfermo, así que tuvimos que quedarnos una jornada más, que yo pasé tapadito y en reposo mientras Susana cuidaba de mí, pero después tampoco nos fue fácil salir de allí.
Vietnam es un pais muy preparado para el turismo, hay muchísimas agencias que te organizan viajes a cualquier sitio, y moverse entre las principales atracciones es fácil y barato, pero, si quieres ir por tu cuenta, no te lo ponen fácil. Perdimos un día más intentando conseguir otro tren a Hoi An, pero nos fue imposible. En la estación nos decían que estaban todos vendidos para los próximos tres días, pero ,si preguntábamos en las agencias, nos daban un billete para cualquiera de ellos; eso sí, sólo en la categoría más cara y a un precio ostensiblemente mayor que el oficial, aunque, como alternativa, nos ofrecían un autobús por una cuarta parte de precio. Con esta información volvimos a la estación de tren, donde nos repitieron que no les quedaban billetes, por mucho que les dijimos que era una vergüenza lo que nos estaban haciendo, momento en el cual parecía que olvidaban todo el inglés que sabían y pretendían no entendernos. Todavía no acabamos de entender esta estrategia, no sabemos qué ganan los Ferrocarriles de Vietnam compinchándose con las agencias para obligarnos a los turistas a ir en autobús, sobre todo teniendo en cuenta que los extranjeros pagamos bastante más por el mismo billete; un misterio más misterioso que el Triángulo de las Bermudas, pero, sea lo que sea, al final consiguieron que comprásemos los billetes del autobús nocturno que nos llevaría a Hoi An.
Lo más positivo de tener que alargar nuestra estancia fue que pudimos disfrutar una noche más del delicioso flan con helado de coco, y aprovechar para cortarme el pelo, con limpieza de oídos incluída (lujo asiático), aunque sea en la calle.

sábado, 15 de julio de 2006

Tren Saigón- Nha Trang

Los trenes vietnamitas van a tope, no cabía ni un alma en el que nos llevó de Saigón a Nha Trang, y la gente se acomodaba en sillas de plástico por el pasillo, lo que hacia del camino al baño una interminable sucesión de: "excuse me... sorry... sorry... excuse me...". Esa es la mayor diferencia con los demás trenes que hemos cogido hasta ahora, pero no la única.
La más dolorosa es que parece que ya se ha terminado lo de que las puertas de lo vagones se puedan abrir en marcha y disfrutar de la brisa en la cara, mientras ves los matorrales correr a tus pies, una pena. Pero la diferencia más sorprendente es que, como si de un avión se tratase, nos dieron de comer y de cenar en unas bandejitas azules, y, también como en un avión, la comida dejaba mucho que desear.


En un viaje que hicimos hace tiempo en Malasia, alguien decidió practicar puntería tirando piedras a nuestro tren y tuvimos la suerte de recibir la pedrada en nuestra ventana. Podéis leer el relato en nuestro antiguo blog:
http://rofon.blogspot.com/2005/08/pedrada.html
Bueno; debió de aprender aquel divertido truquillo en Vietnam, porque aquí este deporte es tan popular que los trenes tienen de serie unas redes metálicas para proteger a los pasajeros, y así todos podemos divertirnos al oír el metálico ruido de las pedradas. Cuando el diablo no sabe qué hacer...

viernes, 14 de julio de 2006

Saigón: una grata sorpresa

No sé si lo hemos hecho a propósito o de forma inconsciente, pero parece que no queríamos llegar a Saigón y nos empeñábamos en alargar nuestra visita al Delta del Mekong. En la guía habla largo y tendido sobre los peligros y molestias de Ciudad Ho Chi Minh, así que, con el “miedo” metido en el cuerpo, llegamos a la estación de autobuses locales donde no había ni un sólo turista. Prácticamente pasaron de nosotros y sólo se nos acercó un taxista para preguntarnos si nos llevaba a alguna parte. Una vez que llegamos al centro de la ciudad y dejamos nuestras mochilas en una de las mejores habitaciones donde hemos estado en lo que llevamos de viaje, nos lanzamos a ver lo horrible que era Saigón; por supuesto, con todos los sentidos alerta. Y ha resultado que Saigón nos ha maravillado a los dos. Cierto que aquí el tráfico es un gran caos y el ruido de las bocinas lo inunda todo, pero las calles son anchas, las aceras no están atestadas de motos aparcadas y la atmósfera que rodea a los edificios del centro de la ciudad nos ha hecho sentir como si estuviésemos de vuelta en Europa, quizás por su estilo arquitectónico, o por sus jardines o por la pequeña copia de la catedral de Notre Dame en Paris. Hemos recorrido la ciudad andando y no nos ha molestado ni agobiado nadie, hasta nos hemos sentado en un parque a disfrutar de un rico flan y nadie nos ha dicho nada. Nos ha encantado Saigón y si no fuera porque la visa de Vietnam es sólo para 30 días y hay mil cosas para visitar, de buen grado nos hubiésemos quedado un par de días más.

Después de ver el centro de la ciudad, decidimos visitar también alguno de los lugares que rodean Raigón, y la forma mas fácil, rápida y barata de hacerlo era con uno de los tours que ofrecen las numerosas agencias de viaje que rodean los hostales. Así que nos fuimos a visitar el Gran Templo Cao Dai y los túneles que el Vietcong construyó en Cu Chi para luchar contra los americanos. Se trataba de un tour de día completo que empezaba a las 8 de la mañana y terminaba a las 7 de la tarde, si el tráfico nos permitía acceder al centro sin muchos problemas.
¡Y ese día a las 8 de la mañana nos dimos cuenta de porqué queremos siempre huir de las masas de turistas! Junto con otras cuarenta personas más nos montamos en un autobús que nos llevó a través de una larga carretera llena de baches hasta el Gran Templo Cao Dai. Fue un incómodo viaje de más de tres horas hasta el templo donde nos dejaron ver una de las cuatro celebraciones diarias a la que los seguidores de esta curiosa secta acuden diariamente. Dos cosas me sorprendieron tremendamente: en primer lugar, los escasos cuarenta minutos que nos dejaron antes de volver al autobús para recorrer el edificio y sus alrededores. Después de más de tres horas de tortuoso viaje, esperábamos disfrutar del lugar un poco más y tener, por lo menos, el tiempo necesario para conseguir una buena foto que reflejara lo que transmiten este templo y esta religión, pero apenas tuvimos la oportunidad de ir al baño.

Y la segunda cosa que más me impresionó no fue el extraño ritual de los hombres y mujeres que profesan esta religión ni sus coloridas vestimentas (blancas, amarillas, azules y rojas), sino el largo balcón que rodeaba todo el perímetro interior del edificio y que se había construido para que turistas como nosotros los pudiésemos observar. Era como un circo: nosotros los espectadores y ellos los domadores y malabaristas.
Después de comer, pudimos disfrutar de otras dos horas de baches y brincos hasta que llegamos a los túneles de Cu Chi. Había por lo menos otros tres autobuses aparcados fuera del recinto, y, después de comprar los billetes de entrada, seguimos a nuestro guía hasta la zona donde se encuentran los túneles. El nos explicó cómo fueron construídos y cómo los utilizaron para defenderse y atacar a las tropas americanas. La verdad es que, después de estar dentro de uno de ellos, parece increíble que pudieran pasar allí días sin salir a la superficie y moverse por aquel sorprendente laberinto sin ser localizados. A parte de la oportunidad de sentir lo que pudieron sentir las guerrillas del Vietcong cuando vivían bajo tierra, también te dan la oportunidad de sentir como ellos cuando disparaban contra el enemigo: por solo un dólar la bala, se puede “disfrutar” de la sensación de dispara un MI-16 o un AK-47. Yo no tengo ni idea de armas, pistolas o metralletas, pero allí tenían cosas verdaderamente grandes y ruidosas que daban mucho respeto, pero lo que me pareció más fuerte no fue el hecho de frivolizar con el poder de las armas y convertirlas, una vez mas, en reclamo turístico, sino ver lo felices que estaban, no todos, pero sí una buena parte de nuestros compañeros de tour por poder gastarse cinco dólares en balas. La escena de una madre preguntando a su hijo de no más de quince anos a ver qué arma quería probar no creo que se me borre fácilmente de la cabeza.

Pronto terminamos de ver las instalaciones de Cu Chi y nos volvimos a meter en el bus que nos llevó de vuelta a la ciudad. Llegamos cansados, con las espaldas doloridas y con la sensación de haber malgastado un día entero en Vietnam. Esta vez quisimos hacer las cosas fáciles y optamos por pagar un tour y unirnos a otros tantos turistas que como nosotros habían decidido hacer las cosas sencillas. La verdad es que no está mal probar experiencias nuevas, y de todo se aprende, pero estamos seguros de que vamos a tardar mucho en repetirlo, aunque, por lo que hemos visto, en Vietnam no hay muchas más opciones.

martes, 11 de julio de 2006

Delta del Mekong: vivir flotando

A falta de tren cogimos un barco. Como no hay trenes que comuniquen Camboya con Vietnam, decidimos entrar por el Mekong y así visitar el delta de este río que baña todo el sur del país. Fue una experiencia muy interesante cruzar la frontera en barco; bueno, en realidad llegamos en un barco a la parte camboyana y, después de que nos sellasen el pasaporte, cogimos un segundo barco al lado vietnamita. La frontera en sí parecía un puesto de control de pueblo, con unos pocos edificios bajos donde casi no había policía, y obviamente con muy poco tráfico; vamos, que en el tiempo que estuvimos allí no pasó ningún otro barco, por lo que se respiraba una tranquilidad extraña para un paso fronterizo.
Podría parecer que, al cruzar la frontera siguiendo el curso de un río, las diferencias entre los países se verían atenuadas por la homogeneidad de las aguas, pero no fue así: aunque el río era tan marrón y ancho como antes, a sus orillas empezaron a aparecer edificios de ladrillo e industrias que contrastaban mucho con las casa de madera sobre pilotes de Camboya. También se notaba un tráfico de grandes barcos que no habíamos visto antes, y que era testimonio de la boyante economía del delta del Mekong. Pero lo que más nos sobresaltó fue que, al llegar al muelle de Chau Doc, nuestra primera parada, no se nos acercara nadie a ofrecernos sus servicios de transporte o a recomendarnos un hotel o a vendernos postales, libros o cualquier otra cosa. Después de tener que declinar ofertas de este tipo a diario durante las dos últimas semanas, no supimos cómo reaccionar ante la indiferencia con la que nos trataban. Por suerte, pronto llegó alguien que nos recomendó un hotel, aunque no muy insistentemente, y volvimos a sentirnos como en casa.


La verdad es que llegábamos a Vietnam con un poco de miedo, porque los mochileros con los que nos habíamos cruzado nos habían hablado muy mal de los vietnamitas, pero, para nuestra sorpresa, no son nada pesados y, aunque la sensación inicial de indiferencia no se correspondía con la realidad y sí que son muchos los que nos ofrecían sus servicios, resultan ser muy amables, y a veces parece que sólo tienen ganas de conversar. Nos hemos dado cuenta de que lo que no se puede esperar es que te dejen en paz y no te intenten vender nada, por lo que, si les respondes con una sonrisa, aunque les digas que no estás interesado, normalmente recibes un "que tenga un buen día" como respuesta... normalmente.
Otra grata sorpresa que Vietnam nos tenía reservada ha sido el café. No sólo es que lo tuesten con mantequilla, lo que le da un sabor peculiar y riquísimo, sino que existe cultura del café, y lo beben desde la mañana hasta la noche, con leche, con hielo o mezclado con té, en omnipresentes cafeterías con las sillas mirando a la calle para ver pasar la vida. También parecen estar locos con la lotería, y un ejército de vendedores de billetes ronda las calles sin cesar. En una cafetería donde estábamos tomando un delicioso café con hielo el atardecer, empezó a arremolinarse gente. Resulta que alguien estaba escribiendo en una pizarra los números ganadores según los escuchaba por la radio. Nadie invitó a una ronda, así que me temo que no hubo afortunados.

En el delta los canales y los ríos tienen tanta o más importancia que las carreteras, y por ellos pasa tanto mercancía como pasajeros, se crían peces, se vive en casas flotantes y se hacen mercados. Aunque hoy día los mercados de los pueblos son cada vez más frecuentes, ya que las carreteras han mejorado y se han construído muchos puentes que comunican zonas antes aisladas al tráfico rodado, los mercados flotantes están muy lejos de desaparecer. Algunos han pasado a ser mercados al por mayor, donde barcos que traen grandes cantidades de frutas y verduras las venden a pequeñas embarcaciones que se encargan de abastecer los mercados del pueblo. A falta de escaparate, cuelgan sus productos de pértigas para atraer clientes, creando una bellísima estampa de barcos con mástiles adornados con sandías, papayas, frutas del dragón, caña de azúcar, limas o calabazas.

Otros, en cambio, son mercados a menor escala, donde desde inexplicablemente estables canoas se venden productos locales, telas y todo aquello que esperaríamos encontrar en un mercado de pueblo. Como en todos los mercados, aquí también se pueden encontrar cafés y puestos donde comprar un tentempié, pero, como no podía ser de otra forma, también están en barcas. Es todo un espectáculo ver uno de estos mercados que, además de flotantes, son fluídos, ya que, no sólo se mueven los clientes, sino que también lo hacen los puestos, en un descompasado baile al ritmo del chapoteo del agua y el seco ruido de las canoas al chocar.

Pero no sólo los mercados flotan. Hay pueblos enteros flotantes que se dedican a la cría de peces, miles de ellos hacinados bajo las casas. Esto vicia mucho el agua, por lo que, cuando necesitan purificarla, lo que hacen es soltar las casas de sus amarras, sacarlas a la corriente y esperar que el río lo aclare todo. Aquí hasta las gasolineras son flotantes. En el delta la vida fluye el ritmo del turbio Mekong y parece que todos tienen un pie en tierra y otro sobre el agua; eso si, flotando.

viernes, 7 de julio de 2006

Retrato de Camboya

Camboya es un país que hace poco que ha despertado de una pesadilla. Después de una independencia de ensueño, con poco derramamiento de sangre si se compara con la de alguno de sus vecinos, no pudo mantenerse al margen de los juegos de mesa de la "guerra fría" y los tiros en Vietnam le hirieron en el costado. La herida se fue gangrenando, y uno de los privilegiados camboyanos que estudiaron en Francia pensó que la única forma de salvar el país era amputando. Es aquí donde todos empezamos a oír hablar de Camboya, gracias a Pol Pot y sus jemeres rojos. Los vietnamitas se encargaron de devolverlos a la selva, pero lo que no se nos cuenta es que, hasta el final de la guerra fría, fueron los americanos, entre otros, los que los hicieron fuertes allí, por mucho que públicamente condenasen la barbarie de la que eran culpables. Pero, una vez que el interés pivotó hacia Asia Central, a los camboyanos les devolvieron su país, pero en un estado parecido a las ruinas de Angkor.

Resulta difícil hacer un análisis de la situación del país desde la perspectiva de un turista que ha pasado dos semanas visitando tres ciudades, y que apenas se ha podido comunicar con nadie que no hablase inglés. Es como mirar una habitación con poca luz desde una ventana empañada e intentar describirla, como mucho podrías decir si es un salón o una cocina, de qué color son las paredes y si hay alguien dentro, suponiendo que se mueva. En Camboya lo primero que salta a la vista es que es un país muy pobre: las carreteras apenas están asfaltadas, no hay casi aceras y un rojizo polvo lo inunda todo, los pocos edificios en condiciones son aquellos que llevan letrero inglés que los delata como financiados con dinero extranjero, y muchísima gente lleva la ropa hecha jirones. También llama la atención el número de tullidos, herencia de las minas antipersona de fabricación americana, rusa, china y probablemente española también, y la cantidad de niños que deambulan por las calles haciendo de recaderos, mendigando, recogiendo basura o inhalando con cara adormilada de una bolsa de plástico.

Mucho se ha escrito sobre cómo ha influído en el carácter de los camboyanos el hambre, el desarraigo social y las muertes prematuras sufridas durante varios años. Es un hecho que la tasa de shock postraumático de este país es la más alta del mundo y que es difícil encontrar una familia que no haya perdido algún miembro durante los oscuros años de finales de los setenta, pero, desde la pequeña ventana desde donde nosotros hemos mirado, es difícil darse cuenta del drama que han vivido. Todo lo que nosotros hemos visto es un país en ruinas al que parece que ya le han puesto los andamios para reconstruirlo, y estos están llenos de gente joven con muchísimo trabajo por delante.

jueves, 6 de julio de 2006

Phnom Penh: otra caótica capital asiática

Despertarnos en Phnom Penh fue agradable. Estábamos descansados del tren y pudimos ver cómo era la ciudad a la luz del día, pero, por otro lado, también nos sentíamos un poco arrepentidos por el hecho de no acabar el trayecto en tren hasta donde habíamos planeado. Por la mañana fuimos a la estación para ver si nuestros compañeros de viaje habían llegado, y nos encontramos con el tren en una de las vías, a la espera que de llegase el próximo sábado para emprender el camino de regreso a Battambang, pero lo que no pudimos averiguar es a qué hora llegó, porque la estación estaba completamente desierta.
Phnom Penh es otra de esas caóticas capitales asiáticas, con un intenso y continuo tráfico de coches, motos y bicis que hace que el ruido y el desorden lo inunde todo. Andar por las aceras se hace muy difícil por culpa de esa extraña costumbre que tienen los asiáticos de no caminar: aparcan la moto en la acera exactamente enfrente del lugar que quieren visitar, así que ésto nos hace a los transeúntes la vida un poquito más complicada, pero también mas excitante, porque nos toca lidiar con el tráfico y con los coches y las motos aparcados.

Siguiendo con nuestra costumbre de andar, nos pateamos una buena parte de la ciudad para visitar el mercado, algún templo, el Museo Nacional y el Palacio Real, pero este último estaba cerrado y por un motivo muy esperado por el pueblo camboyano: estaba teniendo lugar el nombramiento de los jueces para el proceso contra los líderes de los jemeres rojos. Después de treinta años, por fin se va a hacer justicia, aunque muchos son de la opinión de que queda ya muy poca gente que pueda recordar aquellos terribles años, y que mejor sería si usasen los cientos de millones que va a costar dicho juicio en ayudar al país a recuperarse y salir adelante. Sea como fuere, era un día importante en la historia de Camboya.

Una vez más comprobamos el tirón turístico de las crueldades pasadas; cada pocos pasos los taxistas y motoristas nos preguntaban si queríamos visitar los campos de exterminio, que se encuentran a las afueras; estos parecen ser la mayor atracción turística de Phnom Penh. Decidimos visitarlos y la verdad es que nos impresionó mucho, sobre todo nos marcó el ver que todavía había restos de huesos y de ropa en los senderos por los que andábamos. Aquí ejecutaron a más de 17.000 personas durante el régimen de Pol Pot, hombres, mujeres y niños, que antes habían sido interrogados y torturados en lo que era una antigua escuela que convirtieron en la tristemente conocida prisión de Tuol Sleng o S-21. Ahora es un museo donde se recogen todas las atrocidades cometidas durante los tres años que funcionó como prisión. Las fotos de mucha de esta gente se encuentran repartidas por todo el museo. El hecho de estar sosteniendo la mirada con la persona de la foto es terrible, sobre todo si te paras a pensar en todo lo que tuvo que sufrir y en lo que tenía que significar para ellos ser fotografiados, era como una condena a muerte. Espeluznante, pero merece la pena visitar el museo para recordarnos las burradas de las que somos capaces los seres humanos.

Cuando salimos de allí estuvimos mucho tiempo sin decirnos una sola palabra, supongo que los dos estábamos sumidos en nuestros pensamientos, y la prisión S-21 nos había impresionado terriblemente.
Nos quedamos varios días en la capital camboyana esperando a que se cumpliese la fecha que teníamos fijada en nuestro visado de entrada a Vietnam. La verdad es que estamos ansiosos de volver a ver carreteras en condiciones y semáforos en los cruces. ¿Los respetarán en Vietnam?