lunes, 28 de agosto de 2006

Zhondiang: tierra de castillos y yaks

Por una vez estamos convencidos de que hemos llegado casi a tiempo. En Zhongdian no hemos deseado, como nos ha pasado anteriormente, haberlo visitado diez años antes. Es cierto que la parte vieja está llena de tiendas de souvernirs, y que en la ciudad se observa un gran aumento de turistas chinos cuando llega la tarde, pero Zhongdian, o Shangri-La como muchos se empeñan en llamarla, conserva mucho de su carácter de ciudad tibetana. Sólo hay que atravesar la plaza donde todos los días se concentran gentes de todas las edades para bailar al son de la atronadora música que sale de dos potentes altavoces, para llegar a la zona donde habitan los ganaderos y agricultores de la ciudad, en unas casas que en muchos casos nos han recordado a pequeños castillos por sus escasas ventanas, sus anchísimas paredes y sus tejados planos.

Caminando en sentido opuesto llegamos a la ciudad nueva, donde los comercios están abiertos a cualquier hora del día y la gente se afana en comprar y vender. Es chocante ver cómo las mujeres, vestidas con sus trajes tradicionales tibetanos y cargando en la espalda con pesados cestos llenos de comida o con las últimas compras, entran y salen de los grandes supermercados, del banco o de las tiendas de móviles. La tradición mezclada con el progreso, de momento, en armonía.

Donde ya no encontramos tanta armonía fue en el monasterio tibetano de Ganden Sumtseling Gompa y el pueblo que lo rodea. Mientras muchas de las casas que vimos en nuestro camino de ascenso al templo se encontraban en un estado bastante precario, el monasterio, donde habitan unos 600 monjes, estaba en plena labor de reforma y construcción de nuevos edificios. Es verdad que, una vez que lo vimos por dentro y visitamos las cocinas, las distintas habitaciones donde los monjes estudian y rezan, y alguno de los patios, no daba la sensación de lujo y prosperidad que vimos desde fuera, pero aún así, desde lejos la silueta del monasterio con sus tejados dorados era un gran contraste con casuchas pequeñas que lo rodeaban.

Pero lo que realmente disfrutamos y más nos gustó fue el camino que nos trajo a ella. Después de cruzar la Garganta del Salto del Tigre, conseguimos, no sin grandes esfuerzos, alquilar un coche que nos iba a llevar hasta Zhongdian atravesando montañas, pueblos y paisajes de ensueño.

Esta carretera es muy poco transitada, debido a los altos puertos que hay que cruzar y la posibilidad de que se produzcan corrimientos de tierra (algo que es, por desgracia, muy común en China). Pero realmente merece la pena pasar este poquito de miedo y poder disfrutar del bello espectáculo que se ve desde la ventana del coche, con el aliciente de poder parar donde queríamos para admirar más de cerca el entorno. En este viaje nos encontramos con nuestro primer yak, al que seguirían muchos más, y la sensación de frío de verdad. Después de tantos meses peleando por una habitación con ventilador, ahora nos tuvimos que poner las chaquetas y nuestras camisetas más gordas para poder soportar el frío que hacía a los 3.000 metros de altura a los que nos encontrábamos. ¡Toda una nueva sensación!

Sin embargo, es justo decir que mientras no creemos que el encanto del camino que usamos para llegar a Zhongdian vaya a desaparecer en los próximos años, no va a suceder lo mismo con la ciudad, donde pudimos ver decenas y decenas de nuevas casas en proceso de construcción, que nos tememos que muchas de ellas se vayan a convertir en futuros hoteles y tiendas para turistas, convirtiéndola en otra Lijiang. Esperemos que sepan conservar el encanto de ciudad pequeña y amigable que a nosotros nos gustó tanto.

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