lunes, 7 de agosto de 2006

Bac Ha: un trekking accidentado

Siguiendo con nuestra costumbre de viajar a los lugares menos turísticos que podemos encontrar, esta vez decidimos ir a un sitio donde estábamos seguros de que no nos íbamos a encontrar con ningún otro mochilero: el hospital local de Lao Cai.

Habíamos planeado nuestra visita a las montañas del norte de Vietnam con muchas ganas. Decidimos no ir a Sapa porque nos habían dicho que para salir del pueblo y hacer algún trekking por los alrededores había que pagar una especie de peaje, y la verdad es que no nos gusta mucho la idea de pagar por andar por el monte. Así que, cuando llegamos a la estación de tren de Lao Cai, buscamos el autobús local y, después de dos horas de baches y tumbos, llegamos a Bac Ha. El primer día apenas había turistas y paseamos por el pueblo, que la verdad no tiene mucho para ver, pero el segundo día descubrimos las maravillas de estas tierras del norte rodeadas de montañas, donde las tribus cultivan maíz y arroz.

Nos perdimos buscando uno de los pueblos donde habita parte de la tribu H'mong, pero ellos amablemente nos indicaron el camino de vuelta. Vimos cómo recogen el maíz, cómo transportan la madera en las espaldas, cómo los niños montaban en sus búfalos de agua para huir de nosotros mientras se reían como locos, y hasta tuvimos la oportunidad de ver cómo cosen y hacen esas ropas multicolores que llevan. Volvimos cansados porque la caminata fue larga, pero fuimos gratamente recompensados cuando entramos a un restaurante que regentaba una familia con la que compartimos comida y ¡hasta nos invitaron a vodka!

La verdad, y salvando siempre las diferencias, es que los alrededores de Bac Ha nos han recordado mucho a Euskadi, por el color verde, por los montes que en muchos lugares están explotados por la agricultura local, y sobre todo por las casa que se encuentran diseminadas por toda la montaña como si fuesen baserris, ¡aunque no hemos visto a nadie con txapela!
Al día siguiente teníamos pensado alquilar una moto y visitar el mercado de Can Cau, uno de los más vistosos de la zona, ya que todos los sábados las tribus de la montaña bajan a este pequeño pueblo para comprar y vender sobre todo animales vivos. Y para el domingo teníamos planeado visitar el mercado de Bac Ha, que en el fondo era para lo que habíamos venido aquí. Pero todos nuestros planes se fueron al garete. Me puse enferma, y esta vez era algo más serio. Así que con 39 de fiebre nos metimos en un jeep destartalado que tardo dos horas (a mí me parecieron muchas más) en llegar a Lao Cai, directos al hospital.
La situación fue la siguiente: entramos, yo me siento porque estaba muy aturdida por culpa del viaje y de la fiebre, Jaizki empieza a buscar a alguien que nos atienda, y todo el mundo nos mira como si fuésemos de Plutón. "English, english", no hay manera, nadie habla una palabra que no sea vietnamita. Al final no se de dónde aparece un termómetro. Me lo pongo y, cuando ven la fiebre que tengo, deciden llamar al médico. Bien, primer paso conseguido. De repente aparecen cuatro doctores. Me tumban en una cama en medio del pasillo y se forma un corro de gente para ver cómo examinan a la de Plutón. Yo empiezo a hacer ruiditos con la esperanza de que entiendan dónde me duele y qué me pasa, y aparece otro médico vestido con ropa de quirófano. ¡Ay madre!, que esto es muy serio. El también me examina y consigo entender "no preocupar, no operación". Bueno, algo es algo… Ahora me tumban en una camilla y entre cuatro personas me mueven hasta una sala donde tienen una máquina para hacer ecografías. Esto ya me tranquiliza más, parece que están bien equipados. Bueno, después de unas cuantas vueltas para arriba y para abajo, parece que tienen mi diagnóstico, que a día de hoy es totalmente desconocido para nosotros, pero entendemos que tengo una infección bacteriana y que me tienen que poner la medicina intravenosa, y por ello me tengo que quedar unos días ingresada.

Al final nos dieron una habitación en una parte nueva del hospital que estaban construyendo. Cuando dos días más tarde Jaizki se fue a pasear por el resto del edificio, descubrimos que nos habían dado la “suite” de lujo, porque había que ver cómo era el resto de las habitaciones... La nuestra se parecía mucho a uno de los “guesthouse” donde habíamos estado anteriormente: dos camas (duras como ellas solas), una tele y un baño con agua caliente, y teníamos algunos extras por los que no habíamos pagado, pero que al parecer venían incluídos, como el ruido de las obras del piso de abajo, los bichos que vivían en el interior de los muebles comiendo madera y que se volvían hiperactivos durante la noche, o la enfermera loca que no acertó a ponerme la aguja para el gotero y me pincho en tres sitios diferentes para mi desgracia.

Al parecer en Asia en los hospitales el enfermo depende totalmente de una tercera persona, porque no te dan ni de comer ni de beber, así que Jaizki tenía que salir todos los días a buscar mi desayuno, comida y cena. Otra de sus tareas era mantener la habitación limpia, porque, por culpa de las obras, cada vez que venía alguien lo llenaba todo de arena y polvo, así que él no paraba de barrer y barrer y las enfermeras no dejaban de entrar y salir, Yo hubiese perdido la paciencia muy pronto, pero Jaizki se mantuvo fiel a su escoba hasta el último día. Y cuando no barría se dedicaba a hacer la colada y colgar la ropa por la habitación para que se secara, y también a perseguir a las enfermeras para conseguirme sábanas y pijamas limpios cada día. Pero donde realmente Jaizki tuvo que luchar contra las barreras del idioma y el desdén de las enfermeras, fue cuando pedía los prospectos de las medicinas que yo estaba tomando (gracias a los cuales intuímos más o menos cuál fue mi problema) y sobre todo para pedir algún documento en inglés con el que poder presentar una reclamación a nuestro seguro de viaje (esto sí que fue difícil). ¡Ah! y también le tocó luchar para que no nos timasen con el cambio a la hora de pagar, que estos vietnamitas son muy vivos ¡hasta en los hospitales!
Pero al final estoy recuperada y ha sido gracias a ellos, a los cuatro doctores, al del quirófano, a la enfermera loca y al traductor que no sabemos de dónde salió ni quién era, pero que hablaba tres palabras de inglés. Toda una experiencia de intercambio cultural y relación con los locales. Lo que siempre buscamos, ¡aunque nos cueste sudor y sangre!

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