martes, 15 de agosto de 2006

Tren Kunming- Dali

Dicen que en todo momento en China hay unos 100 millones de personas moviéndose en tren, y yo me lo creo. Llegar a la estación de Kunming a comprar el billete y ver unas mil personas ordenadas en decenas de colas diferentes es descorazonador, sobre todo porque todo está escrito en esos caracteres tan diferentes y tan iguales a la vez que encriptan el idioma chino. Visto lo visto, echamos a suertes la fila en la que nos íbamos a poner, por lo de la buena estrella que llevábamos, y resulta que los horarios que había sobre las taquillas no eran de los trenes sino de las ventanillas en sí, y la nuestra cerraba en cinco minutos, pero por suerte sólo teníamos diez personas delante. Como ya habíamos esperado veinte minutos, decidimos arriesgar y parece que nuestra auspiciosa entrada en China empezó a dar sus frutos. No sólo la fila era la correcta, sino que la taquilla retrasó su cierre diez minutos, justo hasta atendernos a nosotros. Primera prueba superada, ya tenemos los billetes.
Llegamos con mucha anticipación a la estación que, la verdad, parecía más un aeropuerto. Nada de andenes, inmensas salas de espera con asientos alineados y zona de fumadores y todo. En una pantallita apareció un jeroglífico que debía querer decir "embarque", porque se abrieron unas puertas y un tropel de gente se alineó para poder acceder a los andenes, donde nos esperaban para decirnos a qué vagón debíamos ir. Al menos en el nuestro todo el mundo estaba sentado ordenadamente unos veinte minutos antes de que diera la hora de partir, y, cuando llegó, el tren empezó a deslizarse silenciosamente por las vías con puntualidad inglesa.

En el tren todo fue sobre ruedas: como ahora éramos cuatro, pudimos jugar al parchís como Dios manda mientras los chinos nos miraban como las vacas al tren. Por cierto, este tren, a pesar de ser eléctrico, llevaba carbón que sirve para alimentar los calentadores de agua que hay en cada vagón y que usamos para preparar café, té y pasta instantánea. Así que las ocho horas pasaron volando. Joyce ganó todas las partidas al parchís, y eso que era la primera vez que jugaba, Susana devoraba "Cien años de soledad" a década por hora y Vincent y yo paseábamos por el tren haciendo fotos hasta que a uno de los revisores se le subió el uniforme a la cabeza y se puso a legislar "train-photo-no", esquemático y lleno de significado.

No se si porque van de vacaciones o porque son así, pero una media hora antes de llegar a Dali el tren se revolucioní, todo el mundo empezó a levantarse, acicalarse, bajar sus maletas... se notaba mucha excitación, ¿será que Dali es tan bonito?

No hay comentarios: