sábado, 19 de agosto de 2006

Dali y Lijiang: y llegaron los turistas

En cuanto dejamos las mochilas en una “guesthouse” situada junto a una de las puertas de entrada a la ciudad vieja, nos lanzamos a conocer y fotografiar Dali. Lo primero que vimos fue gente, gente y más gente. Yo no había visto a tantos turistas juntos en mi vida (y era porque todavía no había visitado Lijiang). Muchos grupos seguían a su guía, que llevaba una banderita para ser fácilmente localizable, muchos otros se desperdigaban por las innumerables tiendas de souvernirs que lo inundaban todo. Después de la impresión inicial conseguimos olvidarnos un poco de los turistas, la gran mayoría chinos y disfrutar de los edificios antiguos y los canales que surcan muchas calles de esta pequeña ciudad.
Pero lo que más nos gustó fue la comida. La verdad es que tuvimos mucha suerte de que Joyce y Vincent decidieran unirse por unos días a nuestro loco viaje de vuelta, porque, además de disfrutar de su compañía, nos ayudaron muchísimo con los problemas de comunicación. Gracias a ellos probamos la tortilla de flores de jazmín y de rosas, las setas silvestres recogidas de la montaña el día anterior o unas grandes almejas que no nos quedó muy claro de dónde venían, pero que estaban deliciosas cuando nos las sirvieron cocinadas en una espesa salsa.

De camino a Lijiang pudimos disfrutar una vez más de la "comodidad" de los minibuses chinos, que no dejan de dar saltos y donde no existe forma posible de estirar las piernas. Pero al parecer los conductores de estas pequeñas máquinas de tortura saben de nuestro sufrimiento y por eso siempre paran cada dos o tres horas para que podamos andar y relajarnos un poco. Esta vez tuvimos la suerte de "relajarnos" en un gran almacén lleno de puestos donde se vendían gafas de sol, jade, pulseras, infusiones para curar mil dolencias diferentes, figuritas de madera y comida. Los chinos parecían disfrutar de lo lindo y se afanaban en buscar la perfecta pieza de jade a buen precio, mientras nosotros nos paseábamos por el lugar curiosos con el espectáculo y agradecidos por poder estirar nuestras dolidas piernas.

En Lijiang nos fue más fácil de lo que pensábamos encontrar la “guesthouse” que tanto nos habían recomendado: Mama Naxi, donde desayunamos y cenamos a precios irrisorios y pudimos disfrutar de la compañía de Mama y Papa Naxi que nos ayudaron en todo. Es un lugar agradable donde quedarse unos días y disfrutar de la atmósfera familiar, pero a veces, como en muchas familias, pesaba un poco la insistencia de Mama por tener a todos juntos cenando al mismo tiempo, lo que hacia sentirnos un poco privados de libertad, ¿será que somos unos hijos un poco rebeldes?
Lijiang resultó ser una Dali más grande y con más tiendas. Una vez más nos imaginamos lo maravilloso que tuvo que ser esta ciudad hace diez años cuando se decía que era un paraíso para los mochileros. Ahora, con más de 700 hoteles en la zona del centro (sí, nosotros también nos sorprendimos con la cifra) se ha convertido en un lugar donde apetece ver rápidamente las calles más céntricas y turísticas para escapar cuanto antes hacia las calles donde todavía se puede caminar sin tropezar con nadie o sin recibir un paraguazo. Fue en estas calles menos conocidas donde más disfrutamos de Lijiang, de sus casas viejas, sus canales de limpias aguas y sus gentes y, cómo no, una vez más nos pusimos las botas de comer y probar las especialidades locales de la cocina Naxi.

Lo que ya no estamos disfrutando tanto, porque de delicioso no tiene nada, son las infusiones que nos recetó el Dr. Ho para curar todos nuestros males. Después de tres días en el hospital de Vietnam decidí que me tenía que cuidar más, y qué mejor forma de hacerlo que recurrir a la famosísima y antiquísima medicina tradicional china.
Aprovechando que estábamos en Lijiang, pasamos por Baisha para hacer una visita a este médico conocido por todos los rincones del mundo gracias a que Bruce Chatwing le incluyó en uno de sus libros de viajes. A raíz de esto Dr. Ho ha sido entrevistado numerosas veces para varios programas, incluído alguno para la BBC, y se habla de él en prácticamente todas las guías de viaje. Con fama o sin ella, tuvimos la suerte de conversar con él casi en privado, porque gracias a la lluvia éramos los únicos visitantes que tenía en ese momento, y nos enteramos que sus famosas "fórmulas mágicas" están hechas con flores y plantas recogidas de la cercana montaña del Dragón de Jade. Nos fuimos de allí con dos grandes bolsas de plástico llenas de un fino polvo que hay que mezclar con agua para beber, un papel escrito en chino con el sello de la clínica del Dr. Ho, por si teníamos problemas con la policía, y un sentimiento de duda sobre la autenticidad de las milagrosas pociones del doctor, aunque lo que me dio a mí tiene que ser a la fuerza bueno, porque sabe a rayos.

1 comentario:

Olga y Javi dijo...

¡Hola chicos!

Estamos preparando un viaje a China para el próximo mes de mayo y nos esta encantando leer vuestro blog. ¡Gracias por compartirlo!