viernes, 15 de septiembre de 2006

Xian: degustación gastronómica

Xian es una ciudad bulliciosa, llena de gente, de coches y autobuses, de altos edificios y de centros comerciales. En principio no parece muy diferente a otras grandes ciudades que hemos visitado anteriormente, pero Xian esconde tres maravillas que hicieron que nos quedara un buen recuerdo del lugar. Durante la época de la Ruta de la Seda, esta ciudad era el destino final de las caravanas que transportaban sus preciadas mercancías a lo largo de Asia y Europa y fue en parte por esto que Xian prosperó, y mucho. La Ruta de la Seda no sólo trajo prosperidad a la ciudad, también culturas, gentes y religiones de otras partes del continente, que vieron una buena oportunidad en el creciente progreso de la zona, como es el caso de los musulmanes que llegaron desde Asia Central. Muchos de los descendientes de aquellas familias todavía viven en el barrio musulmán, donde se dedican a su vida cotidiana, pero sin olvidar sus costumbres.

Nuestro pasatiempo favorito durante los cuatro días que estuvimos aquí era perdernos por las numerosas calles de este barrio y dejarnos llevar por las escenas que contemplábamos. Aquí las castañas no se asan, sino que se tuestan en unos grandes barreños que rotan continuamente; los bollos rellenos de carne o de verdura y cocinados al vapor se preparan en grandes cantidades en enormes cocederos que se apilan uno encima del otro; los postres, que se ven más durante la noche, se preparan con arroz y mucho azúcar, y desde cualquier esquina llega el apetitoso olor de los pinchos de cordero asándose en las brasas.


En otras calles más escondidas los hombres se afanan en buscar el perfecto adversario para vencer en alguna de las terribles peleas de grillos, toda una tradición en China desde hace siglos y que parece ocuparles las tardes enteras. Y en las calles más céntricas los turistas esquivan a los insistentes vendedores de souvenirs, que ven como algo obligatorio el que se lleven un recuerdo de su ciudad. Todo un laberinto de sorpresas que nos dio la oportunidad de disfrutar del lugar y de sus sabores. No puedo dejar de recomendar la pata de cordero asada y muy especiada que se cocina aquí, y que hace que se me haga la boca agua mientras escribo estas líneas... ¡ummmm!

Otra maravilla que esconde Xian son los archifamosísimos guerreros de terracota, que fueron descubiertos por casualidad por unos agricultores que buscaban agua, y que se han convertido en una de las atracciones más importantes de China. A mú lo que más me impresionó fue que todos tienen distintas caras, ninguno es igual a otro y, teniendo en cuenta que hay más de 7.000 y que se fabricaron hace más de 2.000 años, hizo que apreciase mejor esta maravilla creada por la locura humana. A pesar de que sólo se ha excavado y reconstruído un tercio de lo que se supone que es un auténtico ejército, fue suficiente para dejarme con la boca abierta después de ver el tamaño humano que tienen y la posición en que se encuentran, como si de verdad estuviesen dispuestos a atacar en cualquier momento para defender a su emperador Qin Shi Huang. ¡Algo realmente grave tuvo que hacer este emperador para hacerse proteger después de muerto de semejante manera!

Porque de protección parece que saben mucho en esta zona. No hay más que bajar del tren y admirar la inmensa, no sólo por alta sino también por ancha, muralla que rodea el centro de la ciudad. En una de las torres conté 38 pasos de puerta a puerta, y los hice bien largos. A nada que te despistas andando por la ciudad es muy fácil darse de morros contra ella y seguirla por alguna de sus caras resultó ser mucho más divertido de lo que pensábamos, y eso que la idea de recorrerla en bicicleta nos rondó la cabeza un par de veces. Pero andando a ras del suelo vimos rincones y callejones que esperaban a ser descubiertos y que nosotros visitamos con agrado, porque al final es lo que más nos gusta.

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