viernes, 29 de septiembre de 2006

Pekín: la cuenta atrás

“677 días, 20 horas, 30 minutos”, eso decía el contador con números en rojo que está colocado en uno de los laterales de la Plaza de Tiananmen, "las olimpíadas en Beijing comienzan el 8 del 8 del 2008", era el eslogan final. Y es verdad que la cuenta atrás ha comenzado; de hecho, lo hizo hace tiempo. La ciudad se prepara para recibir el gran acontecimiento con un buen lavado de cara. Es fácil ver en cualquier esquina vallas de obras, excavadoras horadando el terreno o edificios cubiertos de andamios. Esta fiebre renovadora se nota especialmente en los lugares más turísticos de Pekín, como el Palacio de Verano o la Ciudad Prohibida, donde nos quedamos sin ver los edificios más importantes porque estaban cerrados al público. En otros sitios, como el templo lamaísta de Yonghe, el olor a pintura era todavía muy evidente. Todo está tan nuevo que parece recién construído con unos brillantísimos colores donde no se aprecia una sola grieta, quitándole, a nuestro parecer, todo el encanto de lo que debería ser un edificio antiguo.

El perfil de la ciudad cambia continuamente: donde antes había casas bajas, ahora se alzan los esqueletos de futuros centros comerciales, edificios de oficinas, lujosos hoteles o caros apartamentos que reflejan el avance hacia la modernidad y la prosperidad de una ciudad que huye de lo viejo. La peor parte de esta lucha contra lo antiguo se la llevan los hurones: pequeños barrios de casas bajas, muchas de ellas con patios, que forman un enrejado de calles muy estrechas gracias a los muros que las rodean y las aíslan del exterior. He leído que, de los 2.600 hutones que quedaban en Pekín, se planea mantener solo 25. Mucha de la gente que los habita ha sido realojada en la periferia de la capital, y es un poco triste ver zonas de estos barrios laberínticos demolidas, y en las casas que quedan en pie a la gente que parece esperar a que llegue el camión para trasladar sus pertenencias.

Nuestro hotel se encontraba en uno de esos hutones que quedan en pie, en un lugar privilegiado del centro de Pekín, a pocos minutos en bicicleta de la plaza de Tiananmen y de la Ciudad Prohibida. Una de las cosas más agradables de nuestra rutina diaria era pedalear por la ciudad y salir de la calle central, ruidosa y llena de coches, autobuses y gente, para entrar en el hutón donde estaba nuestro hotel y disfrutar de la tranquilidad y el silencio que se respiraban en él . Durante las dos semanas que hemos pasado en Pekín no he dejado ni un día de preguntarme cuándo irían a demolerlo, porque su envidiada localización y el gran número de hoteles caros y centros comerciales que se acumulan a su alrededor le auguran un futuro de escombros.

Para escapar de tanto barullo de coches, excavadoras, preparativos para las Olimpíadas y para el 1de Octubre (Día Nacional de China), nos fuimos a visitar la Gran Muralla en su estado más puro. Nos recomendaron ir a un lugar tan poco visitado que no sabían ni el nombre y no nos decepcionó en absoluto, porque pudimos ver viejos tramos de muralla surcando las montañas como si fueses parte natural de ellas, trozos derruídos por culpa de la acción del tiempo y otros que habían sido reconstruídos. Bueno, en el cartel de la entrada decía: "Cerrado por remodelación", pero nosotros no vimos a nadie trabajando; de hecho, no vimos a nadie. La muralla era única y exclusivamente para nosotros y nuestros tres acompañantes, todo un lujazo.

En cuanto pusimos el pie en ella nos dimos cuenta de que había caído un mito, ya que físicamente no es posible que la Gran Muralla de China se pueda ver desde la Luna. El lugar donde estábamos nosotros y la muralla que veíamos a lo lejos no tenia mas de tres metros de ancho y se encontraba cubierta de hierbas, ramas y arbustos en muchos lugares, lo que hacia que se confundiese con el entorno. Además leímos que la Gran Muralla no es una sola sino una sucesión de tramos no unidos entre sí y construídos en las zonas más accesibles para evitar la entrada de los invasores mongoles. Aunque en algunos tramos tiene varios cientos de metros de longitud, las murallas se superponen unas enfrente de otras en varias zonas. Pero, a pesar de la decepción por descubrir que algo que habíamos creído durante tanto tiempo no era real, la muralla nos impresionó tremendamente y nos hizo sentirnos como críos mientras escalábamos y saltábamos de piedra en piedra para poder recorrerla. Otra gran obra de la locura humana, de las que tantas hemos visto en China. Como la Plaza de Tiananmen, la plaza más grande y ancha del mundo. Tres cosas nos llamaron la atención poderosamente cuando la visitamos, varias veces a lo largo de las dos semana: su gran tamaño y sobre todo la gran carretera de doble sentido con tropecientos carriles y lo obvio que resulta ver que no se había construído para absorber el terrible caos circulatorio que posee Pekín, sino más bien para lucir y admirar los multitudinarios desfiles militares con toda su pompa, a los que tan acostumbrados nos tienen los países comunistas.

Tan multitudinarios como el número de gente que acude diariamente a observar la subida y bajada de la bandera, de lo que se ocupan los militares que vigilan y patrullan día y noche la plaza, con un vistoso pero corto, desfile que la gente no se quiere perder y que coincide con la salida y la puesta del sol. Para nuestra desgracia descubrimos que hay la misma gran cantidad de gente observando el espectáculo a la mañana como a la tarde, un madrugón que no nos sirvió de mucho, porque encima la bandera ya ondeaba en lo alto del mástil para cuando nosotros conseguimos aparcar nuestras bicicletas.
Y por ultimo y lo que más gracia nos hizo y menos entendimos fue el hecho de que la plaza parece tener horario de apertura y cierre. La valla que la rodea sólo tiene dos pequeñas entradas, que al parecer se cierran cuando llega la noche y después de que han echado al último turista que se afana en conseguir una instantánea de este famoso lugar, al que Mao Zedong no quita ojo desde su privilegiado mirador.

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