
Al cruzar por última vez el puente que une Singapur y Malasia, tuvimos sentimientos encontrados. La alegría que sentíamos al empezar por fin este viaje planeado hace tanto tiempo no conseguía mitigar la tristeza por dejar Singapur por última vez, aunque el hecho de viajar con tres amigos que nos iban a acompañar durante la primera etapa nos lo hizo mas fácil.
El tren que cogimos tenía la ventaja de que las puertas no se cerraban, lo que nos dio la oportunidad de colgarnos y disfrutar de la velocidad del tren al sentir el viento golpeando nuestras caras mientras anochecía. Una vez en la estación de Jerantut y después de dos horas de retraso, conseguimos dos ofertas para llegar a Kuala Tahan (acceso al parque nacional de Taman Negara): una furgoneta por 50 euros o un coche de los ochenta destartalado por 20 euros. Sobra decir que elegimos el segundo, donde nos metimos los cinco con nuestras mochilas. Lo que nuestro conductor ni nosotros sabíamos era que, por culpa de los camiones que transportan árboles para la industria maderera, la carretera estaba llena de grandes baches. No pudimos esquivar uno de ellos y una de las ruedas traseras se reventó. Eran las diez de la noche, estábamos a 10 kilometros de Kuala Tahan y no teníamos rueda de repuesto.
Nos dimos cuenta de la salud mental del conductor cuando nos propuso continuar con la rueda reventada, pero tuvimos la suerte de que parara un 4x4 nuevo, que nos llevó hasta nuestro destino. El loco conductor de la carraca se despidió de nosotros convencido de conducir los 50 kilometros de vuelta. Ignoramos si tuvo éxito.







El camino fue un continuo subir y bajar, cruzando arroyos, saltando troncos caídos en medio del camino y esquivando punzantes plantas tropicales, a 30 grados y 90% de humedad, por esa esponja verde donde rara vez se ve el cielo, que es la selva.
En cuanto nos recuperamos de las agujetas, nos dirigiremos a nuestra próxima parada: Kuala Lipis
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