jueves, 7 de diciembre de 2006

Ried im Traumkreis

Este viaje se lo debemos en parte a Franz y Bettina. Les conocimos hace dos años en Tailandia en lo que para nosotros eran unas cortas vacaciones, pero ellos acababan de empezar un viaje de seis meses que les llevaría por el Sudeste Asiático, Australia y Sudamérica. Oírles contar sus planes produjo en nosotros la misma sensación que hemos visto reflejada en los ojos de tanta gente con la que nos hemos cruzado de vuelta a casa: envidia, admiración y una pizca de frustración. Es duro oír a alguien contar unos maravillosos planes de viaje y experiencias vividas, pero mucho más lo es verles libres de las preocupaciones de la vida diaria y dedicados al descubrimiento constante, mientras a uno le quedan lo que ahora ya parecen poquísimos días, casi horas, antes de volver a soñar con las próximas vacaciones. Y así fue con nosotros también; volvimos a Singapur, trabajamos, nos visitaron de camino a Australia, trabajamos, nos fuimos de vacaciones y volvimos a trabajar otra vez. Pero la idea del viaje ya empezaba a tomar forma en nuestras cabezas, el árbol de la envidia había florecido. Hasta aquí todo normal, es lógico tener felices ideas para el futuro al ser estimulado por viajes ajenos. Pero entonces se alinearon varios planetas que propiciaron que se polinizaran las flores de la envidia y el sabroso fruto maduro hasta que cayó por su propio peso en mayo: comenzaba nuestra aventura.

Al pasar por Austria les devolvimos la visita (y la envidia) a Franz y Bettina que ahora están inmersos en su vidas diarias en la granja de cerdos de la familia de Franz en Ried im Traumkreis, no muy lejos de Linz. Sólo había que ver con qué ganas nos ayudaban con las mochilas para darse cuenta de cómo echaban de menos sus seis meses por el mundo. Aprovechando nuestra visita dejaron la mayoría de sus quehaceres y nos llevaron a conocer su región, Oberösterreich, de la que se sienten muy orgullosos. El tiempo además se puso de nuestra parte y nos dejó admirar el verde de los prados, los oscuros pinos escalando las montañas y sus claras cumbres espolvoreadas. Los pueblos y los lagos salpican esta zona, en la que parece que naturaleza y ser humano han llegado a un equilibrio agradable para ambos, y se extiende por un terreno ondulado y verde, donde los ciervos campan a sus anchas.

Y al igual que a las visitas a Euskadi las llevamos a Donostia, ellos nos llevaron a Salzburgo, porque saben que a un turista le va a gustar. Para nosotros fue muy especial, porque en el primer viaje que hicimos juntos, un interraíl, pasamos por Salzburgo, y esta vez nos gustó casi tanto como la primera. El nacimiento de Mozart y “Sonrisas y Lágrimas” le han dado fama mundial y probablemente por ello, y porque es preciosa, sea tan visitada, pero a mí lo que más me gusta de esta ciudad con cara de pueblo es que en su centro hay una vertical montaña cubierta de hayas y coronada por un castillo blanco como si de nieve perpetua se tratase, desde donde no sólo se puede admirar a vista de pájaro las calles y cúpulas de la ciudad, sino incluso ver los Alpes que majestuosos modelan el horizonte.


Pero a los cerdos les dan igual nuestras visitas nostálgicas y exigen comer todos los días, así que al atardecer volvimos, nos cambiamos y fingimos ayudar, aunque en realidad sólo conseguimos entorpecer. Al entrar a la pocilga donde viven los 200 cerdos, uno no sabe muy bien qué es más desagradable, si el denso olor tan penetrante que hasta deja regustillo en la garganta, o el ansioso chillido con el que nos recibieron, pero, según les fueron dando el pienso, la calma volvió a la pocilga y a nuestros cuerpos, sólo el olor continuo abofeteando nuestras fosas nasales a cada respiración que dábamos. Entonces aprendimos a preparar el pienso, lo listos y ansiosos que son los cerdos, y que el olor no se le quitaría a las cámaras hasta después de unos días.

La verdad es que es muy impactante ver tantos animales en cautividad, distribuídos por tamaño, en aislamiento o agrupados, todo en nombre de la eficacia y de los bajos precios, y uno no puedo dejar de pensar en la crueldad del proceso, de cómo hemos transformado nuestra relación con los animales con tal de tener carne todos los días en la mesa y lo más barata posible. Sin duda la culpa la tenemos los consumidores, que somos los instigadores de este sistema. Para Franz y Bettina es mucho más sencillo: "ellos viven de nosotros y nosotros de ellos".

Nos despedimos como de costumbre con pena y con la sensación de que tenemos que volver pronto, pero nuestro viaje es imparable, hacia eso que llamamos casa, pero que en realidad son dos, las de nuestros padres. Al saber esto decidieron darnos un acicate más, tal como hicieran al inspirarnos para este viaje. El árbol de la envidia volvió a florecer cuando nos enseñaron la casa que se estaban construyendo ellos mismos, en la granja, con sauna y todo. Nos tememos que esta vez va ha hacer falta más que un propicio alineamiento de astros para que lo consigamos nosotros también, pero, resulta inevitable, la cabeza ya empieza a llenarse de planes, ideas y sueños para nuestra próxima etapa en la vida.

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