sábado, 23 de diciembre de 2006

Gasteiz: siete meses y siete días


Las horas anteriores a nuestra llegada a Vitoria estuvieron llenas de nervios y prisas. No pegamos ojo por miedo a quedarnos dormidos y perder el tren, tampoco disfrutamos como otras veces lo habíamos hecho del paisaje que pasaba delante de nuestras ventanas. Las conversaciones entre nosotros eran cortas y cada uno se ocupaba en hacer que el tiempo pasara lo más rápido posible. Ya sólo queríamos llegar a la estación y dar un abrazo y un beso a nuestras familias y amigos. El día que tanto habíamos temido y a la vez deseado había llegado, estábamos en casa y llegaba el momento de hacer recuento de los últimos meses vividos.

Me hace mucha gracia cuando vuelvo a ver las fotos que hemos hecho durante este viaje ¿De verdad que yo he estado en todos esos sitios?, ¿seguro que he visto a toda esa gente que aparece en las fotografías?, ¿he pisado yo las montañas y los pastos verdes que tanto me llaman la atención?. Todo esto sólo me lo creo cuando aparece alguna fotografía donde salgo yo o Jaizki, y entonces me doy cuenta de que no se trata de ningún truco de photoshop, sino que yo soy esa persona que sonríe mientras saluda con la mano. Si, al final pienso en la gran experiencia que hemos tenido la suerte y el valor de realizar, como también en las dificultades que hemos vivido y en lo bien que hemos sabido salir de ellas.


Pero ahora todo queda un poco lejano. Hace nada que llegamos a Vitoria y el viaje parece que lo hicimos hace meses, que ya sólo quedan vagos recuerdos de él y que ahora tenemos que enfrentarnos con retos y experiencias nuevas que nos van a quitar tantas o más energías de las que invertimos durante este largo recorrido en tren. Me niego a dejar que todo quede en eso, en un recuerdo que se ha aparcado en algún rincón de mi cabeza. Se que este viaje nos ha cambiado, en nuestra forma de pensar, en cómo ver las cosas, en cómo disfrutar del tiempo, de los lugares, de las personas y sobre todo nos ha cambiado la forma de ver el mundo, nos ha dado perspectiva. Ya no se nos antoja tan inaccesible como lo sentíamos antes, ahora parece más sencillo proponerte algo y conseguirlo, y da igual donde sea, en Vitoria, en Singapur, en Camboya o en Rusia. Al final cada cual tiene su meta: para unos llegar al mercado y conseguir vender toda esa fruta que con tanto sudor subieron al tren, para otros alcanzar la cima de una montaña sagrada para deleitarse con un precioso amanecer. Otros sólo aspiran a conseguir un poco de dinero para comer o que sus vegetales crezcan rápido y fuertes en su nuevo huerto. Muchos desean que la salud les deje llegar al año siguiente y ver cómo sus hijos crecen fuertes a la espera de un remedio que les cure. Hay quien quiere saltar de fila en fila entre el patio de butacas hasta conseguir sentarse en un lugar más cercano del escenario para disfrutar de la danza. Nosotros muchas veces sólo aspirábamos a no llegar tarde a la estación de tren o a conseguir cerrar la mochila con todo dentro. Cada uno lucha por lo que considera más importante, y al final todos se sienten orgullosos de haberlo conseguido.

Así nos sentimos nosotros, orgullosos de haber realizado este largo trayecto en tren, de haber conocido tanta gente distinta, de haber compartido tiempo, comida, conversación, y risas. Y, sobre todo, nos sentimos muy contentos y satisfechos de haber realizado este blog que tanto esfuerzo y trabajo nos ha costado, porque para nosotros esto de escribir y hablar sobre los lugares que visitábamos era algo nuevo, que no sabíamos muy bien cómo iba a salir. Creemos que el resultado final no ha sido malo y que hemos mejorado según pasaban los meses y los países, al igual que con las fotografías en las que hemos intentado reflejar la realidad de lo que teníamos delante, para bien o para mal.

Después de siete meses y siete días y muchos, muchísimos kilómetros andados, de los que nunca mantuvimos la cuenta, hemos llegado a casa, lo que más deseábamos después de vivir tan lejos de ella los últimos años. Ahora que ya tenemos lo que queríamos volvemos a desear lo que no tenemos, seguir viajando y moviéndonos por este planeta que es tan inmenso y que se hace tan pequeño cuando empiezas a recorrerlo. Otro viajero amigo comentó que le había picado un mosquito y que no era el de la malaria, sino el de la terrible enfermedad de querer ver mundo y de vivir experiencias imborrables. No sabemos si para esta enfermedad habrá cura, pero, si la hay, no la queremos, preferimos que sea crónica y seguir soñando todos los días.



Y finalmente éste es el recorrido completo de nuestro viaje en tren desde Singapur hasta Gasteiz:

1 comentario:

Anónimo dijo...

que lejos queda ya todo...