domingo, 24 de diciembre de 2006

¡Muchas gracias a todos!

Queremos agradecer de todo corazón:
Al equipo de editores, Iraide, Benat y Gontzal, que son los que han hecho posible que leáis este blog regularmente, limpito y sin faltas. Os estamos muy agradecidos por vuestro tiempo, y a Arantza gracias por aguantarlos.
A Emilio y Puri por ayudarnos a recuperar las fotos que perdimos en el trágico accidente de nuestro disco duro en China. Gracias a ellos podréis disfrutar de muchas de estas fotos en futuras exposiciones, charlas y esperemos que también un libro.
A Vincent y Joyce, que supieron reaccionar con rapidez y consiguieron devolvernos el maltrecho aparato a tiempo para seguir con nuestro viaje.
A José Luis y Mireia, Deborah, Ali y Alice, Isabel y Xavi, Franz y Bettina, Lucia, Simone, Patricia, Bea, Dirk, Florence, David y Amelie, Marie y Philippe, que nos acogieron en sus casas y nos trataron como a reyes.
A toda la gente que nos hemos cruzado por el camino; a aquellos que tan buenos consejos nos han dado, a los que han sabido aguantar la cámara tan de cerca, y a aquellos otros con los que hemos mantenido interesantes conversaciones de mímica. A todos gracias por la paciencia que habéis demostrado tener y por las sonrisas que nos habéis regalado en Asia y en Europa.
A Kukuxumusu por creer en este proyecto y regalarnos unas estupendas camisetas que nos han acompañado durante todo este tiempo.
Al Correo Digital por darnos la oportunidad de transmitir nuestras experiencias al resto.
A toda la gente que nos habéis leído y nos habéis escrito, gracias por los comentarios y por los ánimos que, igual sin vosotros saberlo, nos habéis dado. Ha sido genial compartir esta aventura con todos vosotros.
A nuestras familias y nuestros amigos, gracias por el increíble recibimiento que nos disteis en la estación de tren de Vitoria. Ni en nuestros mejores sueños nos habíamos imaginado algo así: nunca habían bailado un aurresku en nuestro honor, gracias Izaskun. Y gracias Itziar, Virginia, Txomin y Nuria por el gran esfuerzo que os tuvo que costar hacer la pancarta de bienvenida, y sobre todo sujetarla.
Gracias a todos vosotros por haber formado parte de esta inolvidable aventura y por enriquecer nuestro viaje y nuestras vidas.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Gasteiz: siete meses y siete días


Las horas anteriores a nuestra llegada a Vitoria estuvieron llenas de nervios y prisas. No pegamos ojo por miedo a quedarnos dormidos y perder el tren, tampoco disfrutamos como otras veces lo habíamos hecho del paisaje que pasaba delante de nuestras ventanas. Las conversaciones entre nosotros eran cortas y cada uno se ocupaba en hacer que el tiempo pasara lo más rápido posible. Ya sólo queríamos llegar a la estación y dar un abrazo y un beso a nuestras familias y amigos. El día que tanto habíamos temido y a la vez deseado había llegado, estábamos en casa y llegaba el momento de hacer recuento de los últimos meses vividos.

Me hace mucha gracia cuando vuelvo a ver las fotos que hemos hecho durante este viaje ¿De verdad que yo he estado en todos esos sitios?, ¿seguro que he visto a toda esa gente que aparece en las fotografías?, ¿he pisado yo las montañas y los pastos verdes que tanto me llaman la atención?. Todo esto sólo me lo creo cuando aparece alguna fotografía donde salgo yo o Jaizki, y entonces me doy cuenta de que no se trata de ningún truco de photoshop, sino que yo soy esa persona que sonríe mientras saluda con la mano. Si, al final pienso en la gran experiencia que hemos tenido la suerte y el valor de realizar, como también en las dificultades que hemos vivido y en lo bien que hemos sabido salir de ellas.


Pero ahora todo queda un poco lejano. Hace nada que llegamos a Vitoria y el viaje parece que lo hicimos hace meses, que ya sólo quedan vagos recuerdos de él y que ahora tenemos que enfrentarnos con retos y experiencias nuevas que nos van a quitar tantas o más energías de las que invertimos durante este largo recorrido en tren. Me niego a dejar que todo quede en eso, en un recuerdo que se ha aparcado en algún rincón de mi cabeza. Se que este viaje nos ha cambiado, en nuestra forma de pensar, en cómo ver las cosas, en cómo disfrutar del tiempo, de los lugares, de las personas y sobre todo nos ha cambiado la forma de ver el mundo, nos ha dado perspectiva. Ya no se nos antoja tan inaccesible como lo sentíamos antes, ahora parece más sencillo proponerte algo y conseguirlo, y da igual donde sea, en Vitoria, en Singapur, en Camboya o en Rusia. Al final cada cual tiene su meta: para unos llegar al mercado y conseguir vender toda esa fruta que con tanto sudor subieron al tren, para otros alcanzar la cima de una montaña sagrada para deleitarse con un precioso amanecer. Otros sólo aspiran a conseguir un poco de dinero para comer o que sus vegetales crezcan rápido y fuertes en su nuevo huerto. Muchos desean que la salud les deje llegar al año siguiente y ver cómo sus hijos crecen fuertes a la espera de un remedio que les cure. Hay quien quiere saltar de fila en fila entre el patio de butacas hasta conseguir sentarse en un lugar más cercano del escenario para disfrutar de la danza. Nosotros muchas veces sólo aspirábamos a no llegar tarde a la estación de tren o a conseguir cerrar la mochila con todo dentro. Cada uno lucha por lo que considera más importante, y al final todos se sienten orgullosos de haberlo conseguido.

Así nos sentimos nosotros, orgullosos de haber realizado este largo trayecto en tren, de haber conocido tanta gente distinta, de haber compartido tiempo, comida, conversación, y risas. Y, sobre todo, nos sentimos muy contentos y satisfechos de haber realizado este blog que tanto esfuerzo y trabajo nos ha costado, porque para nosotros esto de escribir y hablar sobre los lugares que visitábamos era algo nuevo, que no sabíamos muy bien cómo iba a salir. Creemos que el resultado final no ha sido malo y que hemos mejorado según pasaban los meses y los países, al igual que con las fotografías en las que hemos intentado reflejar la realidad de lo que teníamos delante, para bien o para mal.

Después de siete meses y siete días y muchos, muchísimos kilómetros andados, de los que nunca mantuvimos la cuenta, hemos llegado a casa, lo que más deseábamos después de vivir tan lejos de ella los últimos años. Ahora que ya tenemos lo que queríamos volvemos a desear lo que no tenemos, seguir viajando y moviéndonos por este planeta que es tan inmenso y que se hace tan pequeño cuando empiezas a recorrerlo. Otro viajero amigo comentó que le había picado un mosquito y que no era el de la malaria, sino el de la terrible enfermedad de querer ver mundo y de vivir experiencias imborrables. No sabemos si para esta enfermedad habrá cura, pero, si la hay, no la queremos, preferimos que sea crónica y seguir soñando todos los días.



Y finalmente éste es el recorrido completo de nuestro viaje en tren desde Singapur hasta Gasteiz:

viernes, 22 de diciembre de 2006

Perigueux: última estación

Nuestra última estación antes de llegar a casa. Los últimos amigos a los que visitar, los últimos billetes que comprar, y la última vez que abrimos y cerramos nuestras mochilas. Y como se trataba de una visita muy especial, lo celebramos por todo lo alto junto a Marie y Philippe, dos profesores franceses que conocimos en la Garganta del Salto del Tigre en China, hace ya cuatro meses.

La Navidad ya había empezado para nosotros, no sólo por la riquísima comida, también por el frío y el hielo. Por la mañana nos encontramos toda la ciudad cubierta de una fina capa blanca, muy resbaladiza y peligrosa, y un viento helado que nos recordó que estábamos en invierno. Andando por la ciudad me acordé de las historias de Astérix y Obélix, sobre todo la parte en que los romanos rodeaban las aldeas para conquistarlas. Todo esto me vino a la cabeza cuando fuimos a visitar las ruinas galo-romanas que se desperdigaban por los alrededores del actual centro de la ciudad. Todavía se pueden visitar los restos de lo que fue un estadio, hoy jardín, y donde nos fue fácil hacernos una idea de lo grande que fue el lugar, y grande, más bien enorme también nos pareció una torre que dicen que no se sabe para qué valía.

Pero más interesante aún resulta el centro medieval, en el que no hay ruinas sino palacios de piedra protegiendo estrechas callejuelas, todo ello en una atalaya, como en Gasteiz, pero en vez de tener a sus pies la plaza de la Virgen Blanca, ésta se yergue sobre las orillas del Isle, un río de aguas tranquilas que acaricia la ciudad en su camino al mar y donde los patos salvajes nadan con calma ajenos al destino de sus primos.

Por la tarde la actividad del pueblo fue decayendo poco a poco, como siempre sucede en los pueblos franceses, así que volvimos a casa donde Philippe y Marie nos esperaban. Nada más pasar la puerta, el olor a tarta de manzana nos abrió el apetito. Parece que Marie sabe sacar mucho provecho de las manzanas que tiene en su jardín, porque no sólo las usó para la tarta sino que cocinó con ellas una estupenda salsa para acompañar el rosado magret de algún desafortunado primo de los patos del río. Pero no fue la única baja que sufrieron los patos, algunos fueron transformados en un delicioso confit, que a duras penas conseguimos colocar en nuestros estómagos, hinchados como estaban con el foie gras de los entremeses. Toda una comida a base de pato, la antesala de las insanas comilonas que seguirán en navidades.

Brindamos con champán y todo, para celebrar el final de nuestro viaje, la última cena itinerante de este periplo que ya toca a su fin. Sobra decir que nos costó mucho dormir, en parte por los nervios de la llegada, pero seguro que el “empatcho” tuvo algo que ver.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Berlin: las cosas cambian

¿Cuánto crees que habrá cambiado Berlín?, ¿tendremos tiempo suficiente para volver a ver los lugares que tanto nos gustaron?, ¿y para comer en nuestros puestos de comida favoritos?
Ahora, después de casi tres años sin poner un pie en Berlín, nos atraía la idea de pasear por la ciudad y descubrir los muchos cambios que se habían producido durante nuestra estancia en Singapur. No veíamos la hora de que nuestro tren llegase a la nueva Estación Central, la primera de las nuevas sorpresas con la que nos íbamos a encontrar. Como tampoco veíamos el momento de abrazar a Lucia, Simone, Bea y Florence, amigos que empezaron su vida en Berlín casi a la par que nosotros y que todavía seguían allí, atados a un trabajo, un doctorado, una novia o simplemente a la capital que tanto engancha y de la que resulta muy difícil escapar. Aunque sabíamos que íbamos con prisa y que el tiempo era un lujo que no nos podíamos permitir, teníamos muy claro que queríamos pasar unos cuantos días de reposo y relax con nuestros amigos y los berlineses.

Aquí nos olvidamos completamente de mapas, dudas sobre cómo usar el transporte público, dificultades con el idioma, guías de viaje… ¡que fácil ha resultado volver a visitar Berlín! Ya lo habíamos hablado antes de llegar: queríamos conseguir unas bicicletas para movernos por la ciudad como lo habíamos hecho antes, con total libertad y disfrutando de todo el camino que teníamos que recorrer para llegar de un punto a otro. En Berlín mucha gente usa este medio de transporte, incluso para llevar a los niños al colegio, de compras o simplemente de paseo. La ciudad está muy bien preparada para ello y los coches respetan y tienen en cuenta a los ciclistas, que inundan las calles tanto en verano como en invierno con el aliciente de que aquí estás seguro de que se van a respetar los semáforos y que los conductores miran primero antes de salir de una calle perpendicular o de un aparcamiento, una gran diferencia con China, Vietnam o Tailandia. Nos dejaron tres bicicletas y nos pusimos en marcha.

Berlín tiene posibilidades que no se pueden encontrar en ningún otro lugar. Con un gran centro completamente vacío, dividiendo la ciudad en dos por culpa del tan tristemente conocido Muro de Berlín, que separaba no sólo terreno, sino también familias, amigos, historia, cultura y más. Desde su desaparición los berlineses, y otros que como nosotros hemos tenido la suerte de vivir aquí, hemos comprobado cómo se sucedían los concursos, las propuestas y las ideas para rellenar este gran hueco que de un día para otro dejó de ser la vergüenza de una terrible decisión política y pasó a convertirse en un gran negocio, donde prestigiosos hoteles, bancos y compañías privadas se peleaban por las mejores localizaciones cerca de la Puerta de Brandemburgo o en Postdamer Platz. Y éste fue uno de los primeros sitios que fuimos a visitar.

Lo que más nos impresionó fue el inmenso monumento a los judíos víctimas del holocausto, que tanta polémica ha generado incluso desde antes de mover la primera piedra para construírlo. Ahora es una de las atracciones más visitadas y comentadas por su originalidad y su significado. Lucía nos hizo de guía y nos enseñó el nuevo museo Bode, que actualmente alberga una gran exposición de esculturas y que no habíamos podido ver nunca porque llevaba seis años en rehabilitación. La gente hacía cola para entrar, mientras nosotros admirábamos sus relucientes paredes exteriores y Lucía nos explicaba cómo fue la inauguración y nos contagiaba de su entusiasmo por las nuevas obras y las rehabilitaciones que están teniendo lugar en la famosa Isla de los Museos. "Verás qué bonito están dejando Berlín" no dejaba de repetir, "aquí hay que volver por la noche porque cambia mucho" nos contaba emocionada.

Y es que visitar Berlín con Lucía fue una de las mejores ideas que tuvimos. Le gusta la ciudad, sabe de su historia, de casi todo lo que ocurre allí, y le gusta contarlo y explicarlo, y nosotros somos curiosos y nos gusta preguntar, el equipo ideal, el paseo perfecto.
Con Simone y Patricia tuvimos la sensación de volver a estar en una casa, preparar una buena cena, disfrutar de una sobremesa, ver alguna película tirados en el sofá. Bea nos contagió de su energía y se encargó de ponernos al día sobre los últimos lugares de marcha, los pubs y restaurantes de moda, y, aunque no nos apetecía demasiado visitarlos, nos gustaba oír hablar de ello. Le preguntábamos por sitios a los que habíamos ido hacía ya tres años y que ahora habían cerrado o dejado de ser tan concurridos. Y Florence nos agasajó con una estupenda cena y nos perdonó el llegar más de una hora tarde a su casa, me habló de mis antiguos compañeros de trabajo y hablamos de nuestros planes de futuro.

Hace tiempo tomamos la decisión de cambiar Berlín por Singapur, el alemán por el inglés, el frío por el calor. Fue una decisión que se tomó rápido y sin ninguna duda, porque Berlín nos tenia enganchados, enamorados, pero también agobiados y algo deprimidos. Es una ciudad que hay que experimentar y en la que cada cual debe encontrar su lugar. Nosotros no lo conseguimos del todo y llegamos a la conclusión de que lo mejor era irse, pero no por ello se nos han quitado las ganas de seguir visitándola, seguir maravillándonos con ella y de seguir recomendándola.

Al final, una vez más, nos faltó tiempo para hacer todo lo que queríamos, pero nos fuimos satisfechos y contentos de ver que Berlín sigue sin perder ese carácter que no hemos visto en ninguna otra gran ciudad, donde se entremezclan en perfecta armonía lo tradicional con lo moderno, lo alternativo con lo clasista, los monumentos antiguos con los graffiti que cambian un día sí y el otro también; una ciudad que bulle de actividad, llena de posibilidades, de formas muy distintas de ver la vida y donde todavía viven algunos de nuestros mejores amigos y a los que prometimos volver a visitar antes de que pasen otros tres años, total ahora sólo nos separan dos horas de avión, o 20 de tren.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Praga: un largo puente

¿Adónde creéis que se va la gente cuando se le presenta un largo puente de vacaciones en pleno diciembre? Nosotros nos dimos cuenta en cuanto llegamos: Praga parece estar muy de moda entre los turistas españoles e italianos y un gran número de ellos aprovecharon el puente de la Inmaculada y la Constitución para acercarse a esta preciosa ciudad.
Nos resultó muy chocante entender casi todo lo que la gente hablaba a nuestro alrededor, oír desde la calle música que salía de los comercios en nuestro propio idioma y ver a la gente comportarse y vestir ropas que nos resultaban muy familiares. Sólo estuvimos un día y una noche, pero estamos seguros de que, de entre los ríos de gente que se formaban en las calles centrales más estrechas, podría surgir en cualquier momento una cara conocida.

Jaizki y yo ya habíamos visitado Praga anteriormente y nos pareció que estaba igual que cuando la vimos hace ya cuatro años, aunque no era tan barata como antes y los negocios de cambio de dinero se habían multiplicado considerablemente. Metimos la pata y como novatos fuimos timados en uno de estos establecimientos sin que nos quedara posibilidad alguna de quejarnos, denunciarles o conseguir que nos devolvieran el dinero que nos estafaron. No nos dolió tanto por los euros que nos quitaron a causa del pésimo cambio que nos ofrecieron, sino más bien por la cara de idiotas que se nos quedó al dejar que esto pasara después de llevar encima tantos meses y tantos países recorridos. En fin, aprendimos otra lección; las caras largas nos duraron un par de horas, pero nos olvidamos de ello y de paso aconsejamos a unos cuantos turistas que se acercaban por el establecimiento para que no hicieran caso del cartel que había en el exterior y para que se fueran a cambiar sus euros a otro sitio donde tuviesen menos jeta.

Y la verdad es que estos lugares tenían que estar haciendo su agosto. Praga estaba a rebosar de turistas y de puestos de Navidad donde poder comprar los regalos para toda la familia. En parte daban un aire festivo, pero también nos limitaba mucho la visión de las plazas donde se encontraban, y no pudimos hacernos una idea clara de lo grande que era, por ejemplo, la Plaza Vieja donde se encuentra el reloj astronómico, ya que se encontraba llena de pequeños puestos donde se vendía desde comida a gorros de lana, pasando por abrebotellas multicolores o fotografías en blanco y negro del puente más famoso de la ciudad.

Praga tiene un encanto especial y no importa qué mes del año sea o que estación, siempre parece estar llena de visitantes que disfrutan del castillo en el que hay un buen número de edificios para ver, o del puente de Carlos, el más antiguo de la ciudad y que se encuentra repleto de esculturas que hay que pararse a admirar. Pero sin duda lo mejor de Praga y lo que más apetece disfrutar es la famosa cerveza checa, una buena jarra de cerveza, que al principio parece que va a ser imposible de terminar, pero que enseguida apetece repetir.

La sensación que se nos queda de Praga es agridulce. Sigue siendo la ciudad tan bonita que siempre ha sido, pero la inundación de turistas que recibe la está convirtiendo en un extraño parque temático, con cerdos asándose sobre el fuego, malabaristas, carros de caballos, herreros de fuelle y yunque; una mezcla de la imagen mental que tenemos de lo que Praga fue alguna vez sumada a la ingente oferta de teatro negro y ópera de marionetas que representa Don Giovanni de Mozart día sí y al otro también. Seguramente un checo paseando por el centro de su capital se sienta tan en el extranjero como nos sentimos los demás al visitarla, pero no podemos confirmarlo, porque apenas nos cruzamos con ninguno.

Praga siempre ha estado en la cabeza de la listas de los viajes más solicitados y queridos, en parte por su cercanía, por su belleza y encanto, y también por sus precios tan baratos. Nunca dejará de estar cerca de casa, a apenas un par de horas de avión y tampoco dejará de ser bella y de impresionar con su casco antiguo y su arquitectura de estilo gótico. Lo que ya no tenemos tan claro es que siga siendo barata. Su entrada en la Comunidad Europea traerá muchas ventajas y alguna que otra desventaja a sus habitantes checos, pero lo que es seguro es que a nosotros, los turistas, sí que nos va a dejar con el bolsillo más vacío. Pero es tan bonita y apetecible, que será difícil resistirse a su encanto, es como poner un caramelo a la puerta de un colegio.

jueves, 7 de diciembre de 2006

Ried im Traumkreis

Este viaje se lo debemos en parte a Franz y Bettina. Les conocimos hace dos años en Tailandia en lo que para nosotros eran unas cortas vacaciones, pero ellos acababan de empezar un viaje de seis meses que les llevaría por el Sudeste Asiático, Australia y Sudamérica. Oírles contar sus planes produjo en nosotros la misma sensación que hemos visto reflejada en los ojos de tanta gente con la que nos hemos cruzado de vuelta a casa: envidia, admiración y una pizca de frustración. Es duro oír a alguien contar unos maravillosos planes de viaje y experiencias vividas, pero mucho más lo es verles libres de las preocupaciones de la vida diaria y dedicados al descubrimiento constante, mientras a uno le quedan lo que ahora ya parecen poquísimos días, casi horas, antes de volver a soñar con las próximas vacaciones. Y así fue con nosotros también; volvimos a Singapur, trabajamos, nos visitaron de camino a Australia, trabajamos, nos fuimos de vacaciones y volvimos a trabajar otra vez. Pero la idea del viaje ya empezaba a tomar forma en nuestras cabezas, el árbol de la envidia había florecido. Hasta aquí todo normal, es lógico tener felices ideas para el futuro al ser estimulado por viajes ajenos. Pero entonces se alinearon varios planetas que propiciaron que se polinizaran las flores de la envidia y el sabroso fruto maduro hasta que cayó por su propio peso en mayo: comenzaba nuestra aventura.

Al pasar por Austria les devolvimos la visita (y la envidia) a Franz y Bettina que ahora están inmersos en su vidas diarias en la granja de cerdos de la familia de Franz en Ried im Traumkreis, no muy lejos de Linz. Sólo había que ver con qué ganas nos ayudaban con las mochilas para darse cuenta de cómo echaban de menos sus seis meses por el mundo. Aprovechando nuestra visita dejaron la mayoría de sus quehaceres y nos llevaron a conocer su región, Oberösterreich, de la que se sienten muy orgullosos. El tiempo además se puso de nuestra parte y nos dejó admirar el verde de los prados, los oscuros pinos escalando las montañas y sus claras cumbres espolvoreadas. Los pueblos y los lagos salpican esta zona, en la que parece que naturaleza y ser humano han llegado a un equilibrio agradable para ambos, y se extiende por un terreno ondulado y verde, donde los ciervos campan a sus anchas.

Y al igual que a las visitas a Euskadi las llevamos a Donostia, ellos nos llevaron a Salzburgo, porque saben que a un turista le va a gustar. Para nosotros fue muy especial, porque en el primer viaje que hicimos juntos, un interraíl, pasamos por Salzburgo, y esta vez nos gustó casi tanto como la primera. El nacimiento de Mozart y “Sonrisas y Lágrimas” le han dado fama mundial y probablemente por ello, y porque es preciosa, sea tan visitada, pero a mí lo que más me gusta de esta ciudad con cara de pueblo es que en su centro hay una vertical montaña cubierta de hayas y coronada por un castillo blanco como si de nieve perpetua se tratase, desde donde no sólo se puede admirar a vista de pájaro las calles y cúpulas de la ciudad, sino incluso ver los Alpes que majestuosos modelan el horizonte.


Pero a los cerdos les dan igual nuestras visitas nostálgicas y exigen comer todos los días, así que al atardecer volvimos, nos cambiamos y fingimos ayudar, aunque en realidad sólo conseguimos entorpecer. Al entrar a la pocilga donde viven los 200 cerdos, uno no sabe muy bien qué es más desagradable, si el denso olor tan penetrante que hasta deja regustillo en la garganta, o el ansioso chillido con el que nos recibieron, pero, según les fueron dando el pienso, la calma volvió a la pocilga y a nuestros cuerpos, sólo el olor continuo abofeteando nuestras fosas nasales a cada respiración que dábamos. Entonces aprendimos a preparar el pienso, lo listos y ansiosos que son los cerdos, y que el olor no se le quitaría a las cámaras hasta después de unos días.

La verdad es que es muy impactante ver tantos animales en cautividad, distribuídos por tamaño, en aislamiento o agrupados, todo en nombre de la eficacia y de los bajos precios, y uno no puedo dejar de pensar en la crueldad del proceso, de cómo hemos transformado nuestra relación con los animales con tal de tener carne todos los días en la mesa y lo más barata posible. Sin duda la culpa la tenemos los consumidores, que somos los instigadores de este sistema. Para Franz y Bettina es mucho más sencillo: "ellos viven de nosotros y nosotros de ellos".

Nos despedimos como de costumbre con pena y con la sensación de que tenemos que volver pronto, pero nuestro viaje es imparable, hacia eso que llamamos casa, pero que en realidad son dos, las de nuestros padres. Al saber esto decidieron darnos un acicate más, tal como hicieran al inspirarnos para este viaje. El árbol de la envidia volvió a florecer cuando nos enseñaron la casa que se estaban construyendo ellos mismos, en la granja, con sauna y todo. Nos tememos que esta vez va ha hacer falta más que un propicio alineamiento de astros para que lo consigamos nosotros también, pero, resulta inevitable, la cabeza ya empieza a llenarse de planes, ideas y sueños para nuestra próxima etapa en la vida.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Viena: la ciudad de Sissi

Sissi emperatriz, carruajes de ensueño tirados por hermosos caballos, palacios donde enormes lámparas iluminan los bailes y las reuniones de la alta sociedad, operas, teatros, grandes jardines, Freud, cafeterías con mucha historia, Isabel y Xavi. Todo esto me venía a la cabeza antes de llegar a Viena, y todo esto me sigue viniendo cuando nos vamos después de haber pasado un estupendo fin de semana en una ciudad llena, llenísima de glamour y de historia.
De pequeña me gustaba ver la saga completa de Sissi emperatriz y embobarme con los vestidos, los peinados que la protagonista Romy Schneider llevaba, y las habitaciones y jardines por los que se movía. Supongo que todas la niñas, en algún momento, hemos querido ser como Sissi. Y en Viena con un poco de imaginación es posible sentirlo. Sólo hay que visitar los jardines de Schönbrun y pasear por ellos mientras se admira lo bien cuidados que están a pesar de ser invierno, y lo limpia que está el agua del pequeño lago donde una gran familia de patos y gaviotas parecen haber fijado su residencia invernal. O imaginar la música sonando en el salón central del Belvedere, cuyos techos están repletos de vistosas pinturas, cuya belleza solo es comparable a alguno de los más famosos cuadros de Klimt que se encuentran expuestos en el museo del edificio. Y si una quiere sentirse todavía más especial, sólo hay que montar en una de las numerosísimas calesas tiradas por cuidados y bonitos caballos que te pueden llevar a recorrer los rincones más famosos y vistosos de la capital austríaca.

Claro que al final una se cansa de ser princesa todo el día y de tener que soportar el apretado corsé o el pesado y cargado peinado, es entonces cuando Viena ofrece otra de sus famosas caras, la de los cafés repletos de gente, tomando un caliente café vienés y saboreando la famosísima Sacher tart, hecha con chocolate y mermelada de melocotón. Una empieza a relajarse, a descansar los pies de tanto paseo romántico y a disfrutar de la compañía de los amigos que tan bien han hecho de guías. Es el momento también de saborear una buena cerveza y de conversar hasta que te das cuenta de que ha llegado la hora de ir a cenar o de volver a casa.

Viena nos pareció una ciudad bellísima, muy bien cuidada, con una inmensa variedad cultural de museos, conciertos, óperas y exposiciones. Nos quedamos sin ver los cuadros de Picasso, Van Gogh, o las fotografías de Andy Warhol, que en ese momento se exponían en la ciudad. Una lista interminable e imposible de completar en los tres días que estuvimos, a lo que habría que añadir los numerosos mercadillos de navidad repletos de gente o los impresionantes adornos multicolores que nos dejaron en muchos casos con la boca abierta. No nos dio tiempo suficiente de disfrutar de las miles de oportunidades que nos ofrecía Viena, pero sí que aprovechamos al máximo el tiempo con nuestros amigos Isabel y Xavi, que se volcaron en nosotros para hacer que la visita fuese de esas que no se olvidan en mucho, mucho tiempo. Lo conseguisteis, fue uno de los fines de semana más interesantes y divertidos que hemos tenido en este viaje. Tendremos que volver para seguir disfrutando de vuestra compañía y, si queda tiempo, visitar algún museo y sentirnos Sissi una vez más.